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En la industria del transporte, el carenado viene a ser lo que las prendas exclusivas de alta costura en la pasarela. Obras de arte realizadas a mano con extrema delicadeza, a la medida de una complexión única. Cuando los ateliers de la moda presentan al mundo sus lujosos diseños, no buscan mejorar la cuenta de resultados rentabilizando el minucioso trabajo hecho sobre la tela. Chanel, Valentino, Dior, Armani o Gaultier aspiran con sus colecciones a dejar una huella imborrable en el ojo del espectador y a aumentar el aura de su nombre. En el armario o en el garaje.

Porque eso es también lo que ocurre, on a small scale, en la Hyperloop Pod Competition, cuando el equipo de la UPV viste su prototipo con el carenado y lo presenta en público. Los colores, las líneas, las formas, las dimensiones, las superficies... los detalles del Valentia se convierten por momentos en el centro de atención. Los rivales abandonan su actividad durante unos minutos y se concentran en el box valenciano para admirar la estética del prototipo.

Y mientras el equipo digiere el trance de ser el foco de atención, los advisors siguen a lo suyo. Y, una a una, van aprobando todas las partes del prototipo: desde las baterías hasta la neumática, pasando por la estructura. No hay nada, ni un pequeño detalle en los tres metros y los 200 kg del pod valenciano, que no les haya convencido plenamente. Con lo que, a mitad de la competición, ya todo en Hyperloop UPV depende de ellos mismos.

Las jornadas pasan y las diferencias entre equipos se igualan. Las universidades que más probabilidades tenían de alzarse con la corona están viendo recortadas sus ventajas. Aspirantes al podio como TUM (la Universidad Técnica de Munich, premiada en las dos ediciones anteriores), Delft (ganador overall en 2016) o la ETH de Zurich también están encontrando problemas. Si las casas de apuestas se sumaran a la fiebre de Hyperloop, ahora mismo pagarían una fortuna al postor que acertara el trío ganador del próximo domingo.

Ritmos endiablados

Al margen de ello, el trajín en las casas sigue a un ritmo endiablado. Las tres furgonetas que sirven para desplazar al equipo no paran un segundo. Viajes al parking de la Prairie Avenue para llevar a la tripulación del Hyperloop UPV. Viajes a los grandes almacenes y pequeñas ferreterías de la zona en busca de los últimos suministros. De nuevo, viajes al parking de La pradera para transportar el avituallamiento. Ayer, ensalada de pasta. Hoy, arroz a la cubana. Para treinta. Raciones concienzudamente etiquetadas en tápers, las fiambreras genuinamente norteamericanas, atendiendo a intolerancias, alergias y prácticas como veganismo.

Tratar de alimentarse de forma saludable en el país de la comida rápida es a todas luces una quimera. Visto así, nada tiene de malo darse un pequeño festín en ciertas ocasiones. Será mañana cuando el equipo al completo se cite en Mariscos Guillem, el local de referencia para los participantes de Hyperloop Pod Competition de 2017. Un restaurante que, pese a su flamante nombre, ofrece comida mexicana a precios muy razonables. Chicken tacos, micheladas, burritos, guacamole... ¿Para cuándo un alumno del Grado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos al mando de los fogones del exquisitamente multidisciplinar Hyperloop UPV?

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