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Historia, nombramiento y protocolo

Historia 

Doctor -el que enseña, el docto- es palabra que define al maestro, al profesor ya en Cicerón y en Horacio como complemento de la persona que aprende, el indocto -por eso, "docti dicant et indocti discant"-, y se usa en castellano en los siglos XIV y XV con igual contenido.


Como definición de un título universitario, se encuentra por primera vez en una ley del año 1462. Atribuido a determinadas personas, a las que quizá se quería adular o sobre las que realmente recaían tan extremas excelencias, el vocablo ha ido acompañado a veces por adjetivos laudatorios como angelicus, eximius, mirabilis, subtilis, illuminatus..., sin que esta relación pretenda ser exhaustiva.


Definido ya el título de doctor como el de mayor rango académico, fue natural deseo de cada universidad sentar en su claustro -tomar asiento es lo mismo que sentar cátedra- a los más eminentes próceres del conocimiento.


Y sólo cabía hacer realidad este anhelo a título honorífico en el caso de que aquellos estuvieran ya adscritos a otras entidades docentes. Con esa distinción recibirían honra -e incluso a veces provecho- tanto el homenajeado como la institución.


Tal fue el origen del doctorado honoris causa o ad honorem, sólo atribuible en razón de relevantes méritos académicos. La concesión de esta dignidad a políticos, financieros u otras personas por cualesquiera otras razones podría entenderse como simonía.


Símbolos

En el solemne acto público de investidura de aquella dignidad, el rector imponía al recipiendario el birrete laureado, venerado distintivo del más alto magisterio, como símbolo del título discernido. Le confería el privilegio de emitir dictámenes y evacuar consultas, mediante la entrega del anillo a utilizar para firmar y sellar tales documentos.


Y, con los guantes blancos que ponía seguidamente en sus manos, le recordaba la ética estricta que debe presidir toda actividad universitaria. El protocolo actual conserva estos ritos aunque, en muy pocas universidades, se siga utilizando a esos efectos el latín tradicional.


Antiguamente

Correspondía la colación de ese título -previa propuesta de la candidatura por una o varias facultades- al Claustro de Doctores, máximo órgano de gobierno de la universidad hasta tiempos no muy lejanos, con la composición que su nombre explica.


El secular argumento del similis similibus, acorde con el criterio de autoridad, no permitía imaginar siquiera que alguien pudiera acceder a una dignidad académica por procedimiento distinto a éste: la elección por sus pares o superiores, sistema corporativo hoy ya desterrado para los nombramientos honoríficos pero que se conserva en la atribución de grados académicos ordinarios y en los concursos para la provisión de plazas del profesorado.


En la actualidad

Aquel colectivo ha evolucionado, democratizando su composición, con altibajos impuestos por la situación política en cada etapa histórica, hasta convertirse en el Claustro Universitario actual. Su ancestral recuerdo permanece, como reliquia veneranda, en la inscripción grabada en la medalla que lucen los doctores en las solemnidades académicas sobre la muceta del color que, simbólicamente, corresponde a su título.


En esa transformación, sin embargo, las competencias ejecutivas fundamentales han recaído sobre el actual Consejo de Gobierno por razones de agilidad rectora. Así, es éste el órgano que confiere, en la actualidad y en nuestro caso, tanto el título de doctor honoris causa como la medalla de la Universidad.


Marco legislativo

Tras la guerra civil, no se procede a regular la colación del doctorado honorífico hasta el año 1957 -por la ley de 20 de junio- en un tono acorde con las cautelas políticas que inspiran la legislación de la época. Este precepto legal no pudo incluir procedimiento alguno para la concesión de aquel grado académico desde las entonces llamadas Escuelas Especiales de Ingenieros, porque no existía entonces el título de doctor en las carreras técnicas.


Esta carencia obligó más tarde a completar la deficitaria normativa jurídica mediante la ley 99/1966, de 28 de diciembre, coetánea, además, de la creación de las primeras universidades politécnicas.


La necesidad de proveerse de una reglamentación propia que desarrollara aquel precepto no fue abordada por nuestra Universidad -lo que habría de hacer mediante el nombramiento de una comisión redactora ad hoc el 4 de julio- hasta el anuncio por parte de la Facultad de Bellas Artes, a principios del verano de 1979, de su intención de presentar un candidato al doctorado honoris causa, propósito cumplido el 17 de septiembre.


Reglamentación de la UPV

Si se observa que, entre esta fecha y la de aprobación por la Junta de Gobierno, el 30 del mes siguiente, de la normativa de concesión del título de doctor honoris causa, elaborada por aquella comisión, media poco más de un mes, queda justificada la inmadurez del texto. Buena muestra de ello es la exigencia, estipulada allí, de la votación a favor de más de dos tercios de los miembros de aquel colectivo para hacer prosperar las propuestas.


Y así, a pocos votos desfavorables que se emitiesen, quedaban éstas condenadas al fracaso si el número de asistentes a la sesión no superaba ampliamente el número requerido de sufragios favorables. Otro filtro angosto era la exigencia de ratificación -supuesto favorable el escrutinio en la entonces Junta de Gobierno (hoy Consejo de Gobierno)- por parte del Claustro Universitario.


Sólo años más tarde se arbitró una normativa propia razonable que permitiría plantear la concesión de tales distinciones sin temor al bochorno de injustificables rechazos. No puede por menos que sorprender que transcurrieran casi diez años desde la redacción de aquella fracasada norma primera hasta la investidura, en 1988, de Joaquín Rodrigo Vidre como primer doctor honoris causa por esta Universidad, mediante un sistema viable. La nómina de las personas distinguidas desde entonces con este excepcional título certifica que se ha recuperado el tiempo perdido.


En la actualidad, la colación del grado de doctor honoris causa se inicia a propuesta de algún centro docente o departamento, pasa a informe del Consejo de Investigación y, si éste es favorable, se considera finalmente por el Consejo de Gobierno para la decisión última.


El nombramiento de doctor honoris causa se ha ido produciendo sucesivamente por diversos procedimientos, según las normativas vigentes en cada circunstancia.


Actualmente, los nombramientos se realizan con los fines que especifica el vigente Reglamento de Distinciones Honoríficas de la Universidad Politécnica de Valencia, aprobado por su Junta de Gobierno en julio de 1989, cuyo primer artículo dice:


Artículo 1º: De los fines de las distinciones honoríficas de la UPV


La Universidad Politécnica de Valencia instituye las distinciones honoríficas que se regulan en este Reglamento, para hacer patente su reconocimiento a personas individuales o instituciones, tanto nacionales como extranjeras, que hayan destacado en el campo de la docencia, de la técnica o del arte, o que hayan prestado servicios destacados a la Universidad Politécnica de Valencia.


El procedimiento actual en la UPV es el siguiente:


Se realiza la propuesta de nombramiento por parte de la Junta de alguno de sus centros o del Consejo de algunos de sus departamentos o institutos.


A continuación, el Consejo de Investigación elabora un informe a partir de esa propuesta. Posteriormente, el informe pasa al Consejo de Gobierno, que es el órgano encargado finalmente de tomar la decisión sobre el nombramiento de doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia.


Se reúnen en la Universidad Politécnica de Valencia las personas integrantes de la comitiva académica. Poco después, esta comitiva se traslada hacia la Sala de Juntas, donde sus componentes ocupan los lugares a ellos reservados.


Ya en la sala, el secretario general de la Universidad dice: «Todos en pie» y la agrupación musical, dirigida por su titular, interpreta el himno Veni creator.


Acabado el cántico, el rector de la Universidad Politécnica de Valencia proclama: «Señores claustrales, sentaos y cubríos. Se abre la sesión. El Sr. secretario general leerá el acta de nombramiento como doctor/doctora honoris causa a favor del Excmo. Sr. D./la Excma. Sra. D.ª...». El secretario general procede a la lectura del acta.


Seguidamente, el rector anuncia: «D./D.ª... tiene la palabra para presentar al Excmo. Sr. D./la Excma. Sra. D.ª...». El padrino/la madrina lee su discurso.


Al acabar, el rector continua: «Se va a proceder a la solemne investidura como doctor/doctora del Excmo. Sr. D./la Excma. Sra. D.ª...» . Toma la palabra el secretario general: «Todos en pie». Los asistentes se ponden en pie, y el padrino/la madrina acompañado/acompañada del recipiendario/de la recipiendaria se situa frente a la Presidencia.


El rector dice: «Por el Consejo de Gobierno de la Universidad Politécnica de Valencia, a propuesta de ... y en testimonio del reconocimiento de vuestros relevantes méritos, habéis sido nombrado doctor/doctora honoris causa. En virtud de la autoridad que me está conferida, os entrego dicho título y os impongo como símbolo el birrete laureado, venerado distintivo del alto magisterio español. Llevadlo sobre vuestra cabeza como la corona de vuestros estudios y merecimientos. Recibid el anillo que la antigüedad entregaba en esta venerada ceremonia como emblema del privilegio de firmar y sellar los dictámenes, las consultas y las censuras de vuestra ciencia y profesión. Tomad también los guantes blancos, símbolo de la pureza que deben conservar vuestras manos. Unos y otros son, asimismo, signos de la distinción de vuestra categoría.»


Terminada la investidura, el nuevo doctor/la nueva doctora es abrazado/abrazada por el rector, quien exclama: «Porque os habéis incorporado a este Claustro recibid ahora, en su nombre, Excmo. Sr. D./Excma. Sra. D.ª ..., el abrazo de fraternidad de los que se honran y congratulan de ser vuestros hermanos y compañeros». Seguidamente le abraza el padrino/la madrina. Después todos se sientan.


El rector declara: «tiene la palabra el Excmo. Sr. D./la Excma. Sra. D.ª ...». El distinguido/la distinguida lee su discurso.


El turno de palabra vuelve al rector y, a continuación, interviene la Presidencia. Al final de esta alocución, el secretario general indica: «Todos en pie». Se ponen en pie todos los asistentes y los doctores del Claustro se descubren.


Finalmente, el rector pone término a la ceremonia diciendo: «Se levanta la sesión» y la agrupación musical interpreta el Gaudeamus igitur. Acabado el canto, se inicia la salida de la Sala de Juntas en orden inverso al de la entrada.



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