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Alicia Alonso

Doctora Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investida el 6 de mayo de 1998


Discurso

Excmo. Sr. D. Justo Nieto Nieto, Rector Magnífico de la Universidad Politécnica de Valencia,
Autoridades de la Universidad,
amigos de Valencia,
señoras y señores:

Que la Universidad Politécnica de Valencia abra sus puertas a la danza, por medio de este homenaje, es una acción cuyo alcance está más allá de mi persona, y del reconocimiento a una trayectoria artística que, el cariño y la generosidad de los valencianos, han querido exaltar en el día de hoy.

Y es que la danza teatral muestra, aún en nuestros días, la paradoja de un arte profundamente amado por los pueblos, que brota espontáneo de la esencia misma del ser humano, y que sin embargo ha sido durante siglos relegado o menospreciado, en cuanto al reconocimiento del lugar que le corresponde entre las llamadas Bellas Artes. Muchas veces se le ha regateado a la danza teatral, por lo menos en Occidente, su condición de arte respetable, confinándola a la condición de juguete frívolo o divertimento para ociosos. Estos criterios se tornan graves, y hasta peligrosos, cuando se instalan en aquellos que, en un país o en una institución, tienen a su cargo la aprobación de los presupuestos culturales, en los cuales muchas veces el arte de bailar sufre un evidente agravio comparativo, en relación con el tratamiento que se da a otros géneros artísticos. Por otra parte, a una persona generalmente considerada culta, se le dispensa con la mayor naturalidad su desconocimiento sobre los aspectos más elementales del arte de la danza. No se perdonaría a un intelectual, o profesional universitario, que desconociera quién fue Beethoven, Shakespeare, Goya o Stravinsky, por ejemplo. Pero nadie se escandaliza de que esa misma persona no tenga la menor idea de quién fue Noverre, Fokín o Galina Ulánova. Tal situación, que no es por cierto privativa de nuestra época o de un país específico, ha acompañado a la danza durante gran parte de su historia. En ciertos intelectuales, o artistas de otros géneros, la falta de conocimientos sobre el arte de la danza es acompañada a veces del rechazo o la subvaloración, y suelen llegar al colmo cuando se trata de enjuiciar a los grandes clásicos del repertorio histórico del ballet. Con superficialidad y falta de información evidentes, identifican al clásico con lo que no es, y opinan sobre esas obras maestras a pesar de que muchas veces ignoran hasta lo elemental del arte que pretenden criticar o menospreciar. Desde luego, no ocurre así con todos los intelectuales, entre los cuales también la danza cuenta con muy buenos amigos. Para recordar algunos de los más ilustres, baste mencionar los nombres de Théophiie Gautier, Paul Vaiéry, Pablo Picasso o Alejo Carpentier. Ellos amaron la danza en sus diferentes modalidades, y sumaron su talento al desarrollo y al enriquecimiento del arte del ballet.

Es preciso admitir, sin embargo, que la danza no es en todos los casos totalmente inocente por la situación antes mencionada. Sus profesionales, inmersos en el apasionante y absorbente mundo del movimiento, arrastrados por la magia de la expresividad y la representación, pocas veces dedican tiempo a la meditación teórica, o a indagar y exponer de manera sistemática la historia y la estética del arte que practican. En lo que se refiere a los clásicos debo reconocer además que, en nuestros días, estas obras no siempre son bien escenificadas; y no hay nada que provoque el rechazo con mayor facilidad que un ballet tradicional escénicamente mal defendido, con representaciones carentes de tradición, estilo, técnica, creatividad, buen gusto y coherencia teatral. Sin excluir que, a veces, la incomprensión hacia las obras tradicionales procede de algunos sectores de los propios artistas de la danza, los que también, por falta de formación en los principios del arte clásico, por celos artísticos o por simple intolerancia, tienden a negar una expresión estilística cuyo dominio se les escapa o que difiere de su particular idiosincrasia creativa.

Pero a pesar de estos y otros escollos, la danza se impone, existe esplendorosa por encima de las épocas, y goza en nuestros días, en todo el mundo, de un auge y una preferencia del público como nunca antes en la historia de las artes escénicas. A una manifestación cultural de tanta importancia en la vida espiritual de los pueblos, corresponden una mayor comprensión y apoyo para su desarrollo y proyección pública.

Alicia Alonso

Aún falta, por ejemplo, la creación a escala internacional de un estímulo de gran envergadura, la instauración de un Premio para la Danza, equiparable al Nobel o al Cervantes, con el cual reconocer la labor de los grandes creadores en la especialidad, ya sean bailarines, coreógrafos o profesores, que hayan hecho un aporte excepcional dentro del arte de la danza. Es necesario, además, elevar la enseñanza de esta expresión artística a un nivel universitario, con planes de estudios en que la práctica y la teoría se conjuguen para lograr una integralidad en la formación de los bailarines y de otros profesionales del baile.

En el caso de España, país con dotes excepcionales para la danza, en sus distintas variantes escénicas, y que ha dado al mundo tan brillantes figuras en este arte, he tenido el honor de contribuir personalmente en los primeros intentos de llevar la danza a la enseñanza universitaria, aunque por ese sendero sea preciso andar mucho todavía. A ello se encamina la Fundación de la Danza que lleva mi nombre, creada aquí recientemente, y que cuenta con el apoyo generoso de la Comunidad de Madrid y el sostenido aliento de nuestro gran amigo D. Gustavo Villapalos.

Por todas estas razones, más allá de lo personal, doy una especial importancia al día de hoy, en que la danza entra en la Universidad Politécnica de Valencia, escudada en este bello homenaje. Quiero agradecer por él a todos los que sumaron su sensibilidad y entusiasmo, para que tal acontecimiento haya sido posible. Por último, permítaseme recibir el gran honor que se me confiere, en nombre de mis compañeros de profesión y, de manera muy particular, del Ballet Nacional de Cuba, compañía ligada a mi persona por lazos de amor, arte e identidad nacional, y que precisamente este año arriba, plena de vigor y juventud, a su medio siglo de existencia.

Muchas gracias.


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