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Enrique Iglesia

Doctor Honoris Causa por la Universitat Politècnica de València. Investido el 7 de noviembre de 2007


Discurso

Señor Rector Magnífico de la Universidad Politécnica de Valencia y autoridades políticas y académicas; miembros del Claustro de la Universidad de este centro de excelencia docente; colegas del Instituto de Tecnología Química y del Departamento de Ingeniería Química, amigos y compañeros de la comunidad de catálisis de España; señoras y señores.

Es una honra y un privilegio presentarme hoy aquí y ser objeto de este acto público de generosidad. Acepto lo que no merezco - este nombramiento de Doctor Honoris Causa otorgado por este centro universitario de excelencia en ciencias, tecnología y docencia, un centro universitario y tecnológico que además brilla específicamente en mi área de labor y estudio: la catálisis y la ingeniería química. Les agradezco profundamente el que me unan con sus votos a esa ilustre lista de los que han recibido previamente este reconocimiento.

Me presento hoy como la voz agradecida de una familia y de una comunidad científica, a las que pertenezco y las cuales me han aceptado y me han apoyado. Trataré de expresar mis emociones y mi agradecimiento sin maltratar al idioma castellano, el cual abandonó mi vida diaria hace más de treinta años.

Menciono, para establecer mi credibilidad de antemano, que los elogios expresados por los Profesores Avelino Corma y Juan Jaime Cano reflejan más su generosidad que mis méritos o logros. Les agradezco a todos ustedes también tal generosidad y el caluroso acogimiento que he recibido.

Describo brevemente una vida complicada, quizás imaginada; una trayectoria impredecible que nunca soñé, ni hubiera sabido planear. Han sido sendas torcidas por la historia pero me encontré siempre guiado por el apoyo y el afecto de amigos y colegas, y por el respaldo y el amor de mi familia. Sus ejemplos y sus acciones me han hecho quien soy y me han reubicado en esos momentos en que me perdí. El futuro es indudablemente incierto pero mi pasado me parece todavía más incierto. No sé cómo he llegado ni lo puedo describir. Tiene toda la niebla de un sueño. Si lo es, pues que continúe; por favor, déjenme dormir.

Mis padres, y mi padre específicamente, un emigrante de la guerra que destrozó a España, me mostraron el valor del esfuerzo, la responsabilidad económica y moral, el respeto a otros y a sí mismo, y el anhelo de aprender y de saber. El mensaje de mis padres fue siempre subliminal y sin palabras. Lo leí más tarde en las escrituras de otros: "Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro". Heredé un optimismo casi ilógico y lo usé como armadura para protegerme, así de realidades difíciles como en mis batallas contra los molinos de viento.

Mi familia, y mis hijos en particular, me mostraron lo que significa enseñar y esperar a que se aprenda, con una paciencia que todavía me falta pero que he aprendido a fingir. Me demostraron la necesidad y la recompensa de invertir en un futuro incierto. Me mantienen hoy bien plantado en una realidad que requiere ese balance precario pero estable entre familia y profesión. Es difícil tomarse muy en serio cuando llegas a casa y los niños exigen: "es hora de jugar, papá, tengas todos los premios que tengas y, por cierto, recuérdate y recuérdame lo mucho que me quieres". No olvidemos lo importante, precisamente en momentos como éstos, cuando situaciones y reconocimientos insinúan lo importante que nos podríamos creer ser.

Recordaré siempre esta ceremonia y el reconocimiento y la generosidad que implican. Cuando se borren los detalles, recordaré el componente humano y el recibimiento acogedor de esta comunidad universitaria.

Aún después, recordaré éstos como los días que me llevaron a visitar a la rama paterna de mi familia en Galicia, la cual hasta ahora no conocía. Rodeado de desconocidos mezclados por sangre e historia pasamos de ser extraños a ser familia en breves instantes. Estaba en mi casa y me sentí en mi casa. Visité la casa donde nació mi padre, ya en ruinas, la iglesia donde lo bautizaron, la tumba de mis abuelos. En esta última, noté una inscripción que abarcaba los restos de todos mis antepasados: "Casa Maeso", y pregunté su significado: "la Casa del Maestro". Antes de que existiera un aula, mi bisabuelo era el maestro de la aldea y su casa era el aula. Comprendí entonces que la atracción al magisterio era un plan evolucionario grabado en mis genes a través de una historia que yo desconocía. Empecé a comprender quién era y cómo había llegado. Me convencí, por un momento, de que esta trayectoria complicada era demasiado lógica para ser un sueño.

Este año, mi esposa y yo hemos recorrido el mundo en uno de esos beneficios medievales de los académicos: un sabático. Michel Boudart, uno de mis maestros, describe los sabáticos como el equivalente moderno de las peregrinaciones de monjes en la Edad Media. De pueblo en pueblo, nos alojan y comparten sus comidas, y en agradecimiento presentamos un sermón. Me encuentro en presencia de una audiencia, en la cual por cierto predominan las togas medievales, con un micrófono disponible y en el contexto de tales analogías, me siento inclinado a predicar.

Son comentarios breves y personales acerca de ciencia, tecnología y, con menos derechos, acerca de sociología, filosofía y psicología. Menciono, sin proveer soluciones, algunos de los retos, riesgos y realidades que afrontamos. Son comentarios optimistas pero centrados dentro de tales realidades. Están basados en mis "creencias", en mi convicción acerca de la supremacía del conocimiento, de la ciencia y la tecnología y de la razón como el camino más directo hacia una calidad de vida y un bienestar social que nos pertenecen como civilización avanzada.

Mi sermón de pueblo contiene una serie de mensajes no lineales y también más preguntas que respuestas. Argumentaré que la tecnología es neutra e imprescindible, que el método científico es imperfecto pero irreemplazable, que el aprender por aprender es indispensable y representa el papel esencial y primordial de la academia. Propongo que la inversión en el desarrollo intelectual de conceptos y de recursos humanos es el deber sin retornos del hombre civilizado. Más cerca de casa, menciono la catálisis y la ingeniería química, y el gran papel material e intelectual que juegan en el desarrollo sostenible, en el uso responsable de energía y en la prevención de daños ambientales.

Afrontamos es este momento una era "post-modernista" que define mi colega John Prausnitz como una era en la cual la relatividad de los juicios y la subyugación de verdad y realidad a ideología representan obstrucciones notables a la asimilación y dispersión de conceptos científicos y de avances tecnológicos. Persisten tendencias retrógradas a perseguir ideas cuando contradicen el dogma o la ideología vigente, sean dictadas por portavoces seudo-científicos o por entidades gubernamentales o eclesiásticas. Son dogmas e ideologías que se posicionan sobre la lógica y la razón, que convierten la verdad en un concepto relativo que se acomoda a tiempo o espacio y a una cultura o una opinión.

El método científico, imperfecto como la democracia pero igualmente irreemplazable, no admite la relatividad del post-modernismo. La ciencia no pretende tramitar con certezas; le relega las verdades absolutas a creencias o religión. El método científico propone y diseña estrategias y protocolos para contradecir sus propias verdades. Progresa desmintiendo lo anterior en búsqueda de una hipótesis próxima, todavía más verdadera, sólo para tratar, en ciclos interminables, de desmentirla. Se requiere de una hipótesis solamente que sea contradecible, que se pueda refutar. Seres extraños estos científicos. ¿Y nos preguntamos por qué no nos entienden? Actuamos como intelectos superiores y arrogantes. Usamos símbolos y protocolos heredados de libros misteriosos. Nuestras tragedias y comedias no se graban en la ópera o la literatura. Las canciones populares no nos alaban. Aparecemos en novelas sólo como caricaturas inatractivas en carácter físico o moral. Los diarios nos ignoran cuando un polímero salva al paciente pero nos exponen cuando la tecnología, mediante su uso, causa algún daño.

¿Cómo vamos a educar a esta sociedad post-modernista que, como le pertenece dentro de la democracia, va a tomar decisiones más y más definidas por ciencia y tecnología? En algunos momentos en la historia, dichas decisiones tuvieron consecuencias directas, casi inmediatas, y de fácil atribución. Nuevas situaciones, como los cambios climáticos, requieren decisiones por potencias económicas con impacto por siglos precisamente en grupos y países con la menor capacidad para afrontar y responder a las consecuencias de estas decisiones.

¿Cómo interactuamos con filósofos y sociólogos, que carecen de entrenamiento formal en matemáticas y ciencias, para que estas decisiones sean dignas de una humanidad moral y civilizada? ¿Cómo filtramos, con la selectividad requerida para deshabilitar el dogma y las creencias, esos conocimientos y esas leyendas que se difunden a través de medios cada vez más eficientes? Son preguntas que requieren respuestas de un nivel de complejidad fuera de mi alcance. Pero necesitaremos indudablemente las contribuciones y la buena fe de un público educado. Nos pertenece como académicos el deber de educar, no sólo en el ámbito formal de los claustros académicos, sino también en los púlpitos que nos presentan los foros más amplios de la prensa y la política.

Prediquemos. Por supuesto, sin olvidarnos quiénes somos, para qué estamos y a qué deidades servimos. Como miembro de la humanidad retengo la responsabilidad de entender y de hacerme entender, de educar científicos y predicadores de ciencia, de informar y convencer a los no científicos, a aquellos que tienen fe en la tecnología y a aquellos que la temen sin conocer los detalles.

Las ciencias y la ingeniería forman la maquinaria fundamental del desarrollo tecnológico. Dentro de esta maquinaria, la catálisis se ha destacado y la usaré para ilustrar la neutralidad moral de la tecnología y el papel esencial que juegan las decisiones sociológicas en los beneficios y daños que son las consecuencias inevitables de la tecnología. Después de todo somos entes catalíticos, no en profesión sino porque corren por cada uno de nosotros en este momento cientos de enzimas. Somos una sopa de catalizadores biológicos. Somos catálisis.

Enrique Iglesia

El área de la catálisis química y de los catalizadores heterogéneos cumple un siglo de conocimientos fundamentales y casi dos siglos de su primera aplicación tecnológica. Esta última fue el aparato de Dobereiner, en el cual un filamento de platino causa la ignición de una mezcla de hidrógeno y aire para formar una llama. La llama se puede usar para encender o un cigarro o la estufa del hogar, una decisión con consecuencias muy distintas y que dejamos al usuario, quizás no siempre de manera totalmente apropiada.

Otro ejemplo es la fijación de nitrógeno mediante la síntesis catalítica de amoniaco por reacciones de nitrógeno con hidrógeno. Ocurre esto a principios del siglo XX en el umbral de la Gran Guerra, en una Alemania que requiere nitratos para mantener su desarrollo agrícola y su superioridad militar. Se unen en tiempo y espacio conceptos emergentes de termodinámica y cinética con la metalurgia de reactores de alta presión para desarrollar una tecnología. Una tecnología que prolonga una guerra que destruye países y millones de sus habitantes. Hoy, la misma tecnología con modificaciones modernas facilita el desarrollo agrícola y el bienestar social y económico del mundo entero. Les pregunto si la síntesis de amoniaco ha causado beneficios o daños, si estaríamos mejor si la síntesis de amoniaco nunca se hubiera desarrollado. No creo que estas preguntas requieran o merezcan respuesta.

Sería monótono prolongar los ejemplos o los detalles. Pero, consideremos el desarrollo de catalizadores de control de emisiones o de eliminación de plomo durante la refinación. Esto permitió el crecimiento de zonas urbanas con alta densidad de población sin daños graves al ambiente pero trajo consigo las desventajas sociales de tales densidades y también el uso ineficiente de automóviles y de electricidad. Cómo usamos la tecnología determina sus consecuencias.

Hoy la catálisis es la disciplina clave en la producción y uso de combustibles que provienen de fuentes renovables, en el uso eficiente de energía, en la síntesis responsable y sostenible de compuestos petroquímicos, en la prevención y eliminación de daños ambientales y en el desarrollo de nuevos productos con efectos medicinales.

La catálisis y la ciencia e ingeniería en general continúan presentando opciones de carácter moral neutro. Tales opciones representan los retos sociológicos y filosóficos de la tecnología. ¿Cómo asegurar el desarrollo sostenible y el bienestar social a través de usos responsables de ciencia y tecnología, de química e ingeniería, de procesos catalíticos? Las decisiones que toma una sociedad que tiene en general conocimientos limitados de ciencia y tecnología determinan cuándo y cómo las opciones que proveen traen beneficios o causan daños.

Eduquemos a los que tomarán estas decisiones, al público en general, pero especialmente a los niños que serán los líderes que guiarán ese mañana incierto. Comuniquemos claramente que la tecnología provee opciones pero también que la posibilidad de sus aplicaciones irresponsables no justifica que se prohíba el desarrollo de las ideas y conceptos que forman la base del progreso tecnológico y del desarrollo humano. Prediquemos.

Me trae esto a los niños, al futuro incierto y a los riesgos de una sociedad hipnotizada por los retornos inmediatos. Corremos el riesgo de inferir que los conocimientos sólo contribuyen a través de su impacto directo e inmediato a nuestro bienestar. En este proceso, podríamos frenar la indagación libre y la libertad de pensamiento y de acción en el desarrollo de la ciencia y la ingeniería, y no valorar los conocimientos por sí mismos, el saber por saber.

En realidad, la investigación científica no comienza necesariamente con una observación o una medición sino con la búsqueda y la ubicación de un problema dentro de un contexto humano. Por supuesto, el científico aislado de la realidad es un anacronismo romántico. Las semillas de la ciencia germinan con mayor frecuencia dentro de las necesidades humanas. Esto interfiere, de manera natural y sin malicia, con la búsqueda libre de conocimientos, con las observaciones no premeditadas y sin ubicación precisa o inmediata.

¿Cómo protegemos el libre pensar, el desarrollo de problemas conceptuales sin aplicaciones previstas, el conocimiento por razón de ser, el afán de saber por saber? Después de todo, nos hemos beneficiado de todo esto a través de la historia. ¿Cómo se satisfacen las exigencias del presente sin sacrificar en ese altar de los retornos inmediatos las inversiones en un futuro incierto? Las ciencias planificadas alrededor de problemas específicos e inmediatos pierden su eficacia y su impacto si no generan en tránsito conocimientos reciclables y fundamentales, si no multiplican las ideas y los conceptos.

La ciencia después de todo, como escribió Samuel Taylor Coleridge, es "la búsqueda de unidad dentro de la amplia variedad de la naturaleza" y no difiere de "la poesía, la pintura y las artes que representan la misma búsqueda..." La ciencia requiere consistencia, elegancia y coherencia, y una apreciación de la belleza intrínseca de conceptos, ecuaciones y moléculas. La emoción que sentimos cuando observamos por primera vez algo que nadie ha visto o que nadie ha explicado, ¿no es esto algo que relacionamos más con el arte que con las ecuaciones y las moléculas?

"¿Para qué sirve un bebe?" comienza una anécdota acerca de la respuesta de Michael Faraday al Primer Ministro Peel, el cual preguntó, refiriéndose a la ley de inducción: "¿Para qué sirve su descubrimiento?". La respuesta, por supuesto, la provee la historia de manera retrospectiva y no predecible de antemano. Pero Faraday lo predijo de antemano y respondió a otro funcionario incrédulo: "No se preocupe que pronto estará usted cobrando impuestos por esto".

Todos los científicos, políticos y empresarios, todos los que día a día cambian al mundo con las contribuciones y acciones menos reconocidas de la vida cotidiana y sí, también esos monstruos que cometen atrocidades incomprensibles, todos fueron bebés. Todos fuimos bebés. Como en el caso de la tecnología neutra, fuimos y somos las páginas donde se escribe la historia. Somos opciones que provee la naturaleza para beneficios o perjuicios. Rescatemos la responsabilidad social de educar a las generaciones que tomarán las decisiones morales y científicas que guiarán el curso de la humanidad. Asignémosle la prioridad que le corresponde. Prediquemos.

Ideas, conocimientos, niños, requieren paciencia y continuidad. Requieren fe en ausencia de evidencia inmediata y directa porque dichas inversiones retornan ganancias mucho después, tanto después que no estaremos presentes para comprobarlo.

Concluyo donde comencé en unos de esos ciclos semi-infinitos de Borges. Concluyo, conmovido por el reconocimiento y agradecido por el acogimiento. Estamos participando en unos ritos de tiempos inmemoriales en el contexto de una vida moderna. El contraste es palpable y la vestimenta lo acentúa. Somos parte de una civilización moderna que, a pesar de retos y obstáculos, continúa avanzando y mejorando para beneficio de todos. Si me permiten ser romántico, avanzando con la ciencia y la tecnología al servicio de todos.

Este acto público de generosidad me reitera que estoy aquí, que soy yo y que no parece ser ésta una vida imaginada o un sueño.

Señor Rector, distinguidos colegas, amigos y familia presentes, y también maestros, amigos y familia solamente presentes en quien soy y porque soy, señoras y señores, recibo este reconocimiento inolvidable en el nombre y la memoria de todos los que me han hecho quien soy. La parte de mí que hoy reconocen es testimonio del ejemplo y apoyo de padres y maestros, del respaldo de amigos y colegas, de los esfuerzos y logros de mi familia y de mi grupo académico, y del apoyo y el amor de mi esposa y compañera y de mis hijos. A todos ustedes y a ellos, presentes o ausentes, les agradezco el que hayan compartido conmigo este momento y el resto de esta travesía, de este sueño.

Les pido sólo un favor. Si el protocolo indica aplausos o cánticos en este momento, por favor, no muy alto, a ver si después de todo es ésta una vida imaginada y me despiertan.

He dicho.


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