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4. Espacio Público

La configuración del espacio público tiene una larga genealogía que se expresa en distintos periodos a través de la propia práctica urbanística y de manuales especializados. Una visión rápida nos haría empezar por reconocer algunos valores asumidos cuando se inician procesos de codificación formal, de especialización funcional de los espacios libres y de complementariedad entre espacio público y privado, que culminan en el siglo XVIII. Desde entonces, no se puede entender el espacio público y privado por separado. El interés último de ambos dependerá de sus propias implicaciones. El espacio abierto da forma y calidad al edificado y se sirve de él para definir la escena urbana junto a otros ingredientes. El edificado se moldea en función de la necesaria claridad y el destino del público, beneficiándose de la actividad, visibilidad y accesibilidad estratégica que le aporta. Esa superposición hace que cada uno refuerce las características del otro y que compartan, en el tránsito entre lo público y lo privado, infinidad de espacios intermedios que enriquecen la vida colectiva. En el siglo XX la modernidad propondrá una revisión definitiva del papel de los espacios públicos. La ciudad verde será el veredicto definitivo que sentencie las estrategias de futuro.

 

Ciudad y espacio público son dos conceptos trabados. No podemos transformar suelo sin pensar que el espacio público puede ganar o perder aquellas cualidades conferidas por nuestra cultura a lo urbano. Estamos inmersos en una dimensión territorial de la urbanización en la que muchos asentamientos no llegan a alcanzar la condición de urbanos, y es así por la forma de edificar, pero sobre todo por la carencia de espacios públicos o por la insustancialidad de los mismos. También sufrimos algunos procesos de reforma o reurbanización en nuestros centros en los que no siempre se aprovechan las condiciones del espacio inherentes a un proceso histórico cargado de significado.

 

El espacio público es la componente más sensible de nuestro medio y el que arrastra a la ciudad a un determinado destino. Para ser consecuentes con sus valores urbanísticos y sus logros sociales se han de priorizar una serie de cometidos, empezando por su vitalidad que dependerá de las formas e intensidades de uso a que se destine y de su capacidad de respuesta frente al impulso de las demandas colectivas. Y, también, por sus atributos físicos y la estructura de relaciones espaciales que define en la ciudad. Aspectos que ordenan su identidad y la calidad última del escenario que percibe y comparte generación tras generación.


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