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Marcelino Camacho Abad

Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 12 de diciembre de 2001


Laudatio por Manuel Vázquez Montalbán

"Camacho, sabio real y Doctor Honorario".

Excelentísimas autoridades, amigas, amigos, camaradas, excamaradas:

Desde mi condición de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Bellaterra, estoy en condiciones de asumir parte de las emociones que experimentan los que han otorgado a Marcelino Camacho el grado de doctor honorario de esta universidad y también de las que obligan al propio doctorado a entender su condición. La Universidad de vez en cuando tiene que abrir sus puertas más delanteras a los sabios que en su día forzaron con la fuerza de la razón sus puertas más traseras. No estamos en presencia de un eminente científico que ve hoy ratificada su condición, sino de un ciudadano ejemplar que dedicó buena parte de su vida a luchar contra el franquismo, por la reconstrucción de la razón democrática, al lado del considerado durante el siglo XX sujeto histórico de cambio, la clase obrera, bien fuera a través del movimiento sindical, Comisiones Obreras, bien fuera a través del Partido Comunista de España. Junto a la condición de ciudadano ejemplar, Camacho exhibe la de sabio o de intelectual en el sentido que le daba Lenin a la palabra, más allá y también más acá del significante convencional. Para Lenin, intelectual era cualquier obrero capaz de adquirir consciencia y por lo tanto teoría de su papel en el proceso de producción económica y de su condición de individuo en lucha contra las condiciones de explotación y alienación.
No se podía anticipar mejor el retrato de Marcelino Camacho como autodidacta teórico de la situación de la clase obrera en España durante la República, la guerra civil, la posterior resistencia antifranquista, la construcción de Comisiones Obreras como un sindicato sociopolítico y finalmente arquitrabe fundamental de la nueva democracia. Cuando se leen los datos biográficos o autobiográficos de la mayoría de nuestros combatientes sociales ejemplares, desde Pasionaria a Marcelino Camacho, pasando por Sánchez Montero, López Raimundo y tantos, tantos otros, descubrimos el papel que tuvieron en sus primeras orientaciones y afinidades o un ambiente familiar o un maestro o un libro o un amigo, únicas posibilidades de las capas populares de conectar con la teoría crítica de las quiebras de la realidad que detectaban con sus propios ojos. Esas quiebras de la realidad hicieron posible el diagnóstico de Marx y Engels a propósito de la I Revolución Industrial y las quiebras de la España contemporánea de sus primeros años, forzaron al joven Marcelino Camacho a emprender cuarenta años de tensión dialéctica de pensamiento, palabra, obra y omisión frente a la contradicción de primer plano, el franquismo y frente a la contradicción fundamental, el capitalismo.

Recuerdo que en tiempos de clandestinidades, dos camaradas míos de PSUC se encontraron en diferente situación profesional. El uno era profesor de Historia y el otro un liberado, un profesional del partido. Preguntó el liberado a su antiguo amigo: ¿Tú, qué haces?. Yo doy clases de Historia, le respondió y a su voz inquirió ¿Y tú, qué haces?. Yo hago la historia. Me pareció ya entonces una desmedida, prepotente respuesta y me lo parece hoy, porque si algo aprendimos los que dedicamos parte de nuestro tiempo a militancias clandestinas era el valor de cada esfuerzo, dentro de un mosaico de esfuerzos y que la historia la estábamos haciendo entre todos. Si bien estábamos dotados para descubrir las quiebras en la realidad y adquirir la conciencia de clase como una resultante lógica o como un hecho de conciencia, en nuestra disposición al compromiso influyeron los ejemplos de combatientes sociales y políticos de la dimensión de Miguel Núñez, Marcelino Camacho, Sánchez Montero, Cazcarra, Narciso Julián, Moreno Mauricio, Joan Comorera, Lobato, Ángel Abad y miles más que sin nombres y apellidos tan iluminables perdieron y ganaron a la vez años de su vida en un combate que parecía desigual contra la dictadura y que sólo podía asumirse desde una nueva, extraña fe, concebida como virtud histórica y no como virtud teologal. Aquella militancia hizo de las cárceles universidades en las que nadie concedía el título de Doctor, ni mucho menos el de Doctor Honoris Causa, pero todos cuantos pasamos por ellas somos conscientes de que buena parte de los que sabemos lo aprendimos entre muros que invitaban a imaginar toda clase de paisajes prohibidos.

En el prólogo a la edición castellana de "Se levantaron antes del alba..."(1977), Arthur London, uno de los más carismáticos comunistas depurados por la criba stalinista de la postguerra, explica cómo esa fe iba hacia el resplandor de la revolución y contra el oscurantismo de la reacción fascista de la burguesía: "El enemigo esta enfrente, era preciso destruirlo porque de ello dependía la suerte de la humanidad. Entonces no teníamos ni el tiempo ni los medios para controlar lo que sucedía a nuestras espaldas. La fe incondicional era uno de los rasgos de nuestra generación. ¿Acaso un revolucionario no debe tener fe?. Por supuesto que sí y la fe puede ensalzar a un hombre. Es necesaria para el que cree en la verdad de su combate, le permite realizarse e incluso superarse, le ayuda a ver permanentemente el otro extremo del túnel en lo más profundo de la noche. Sin ella ¿hubiéramos afrontado día a día la muerte en los distintos campos de batalla, en la resistencia, en las cárceles, bajo la tortura y en los campos de exterminio nazi?." También señala London que esa fe en aquellos años impedía reflexionar sobre las realidades de una revolución inconclusa, de un partido, dice..." que habíamos contribuido a crear y que, progresivamente, se había convertido en una abstracción". Esa fe era especialmente necesaria en tiempos de lucha desde la clandestinidad y era invocada constantemente como la explicación suprema de la cultura de la resistencia, como lo hizo Irene Falcón en el debate con Claudín y Semprún en 1964, cuando citó a Marx: "Los comunistas son capaces de asaltar los cielos".
"Asaltar los cielos", he aquí el impulso de Prometeo, un dios romántico en opinión de Rafael Argullol (El Héroe y el Único), que roba el fuego o el saber a los dioses para dárselo a los hombres. En la cita de Hölderling que justifica este aserto, el poeta ha brindado a los conspiradores románticos del siglo XIX la audacia de dioses enfrentados a los dueños del cielo, traducidos en dueños de la Historia. Incluso los escritores comprometidos de la izquierda del siglo XX serán calificados de prometéicos porque como Camus o Sartre le han robado la palabra al poder para dársela a los justos que luchan por la emancipación humana. Dicen los versos de Hölderlin:

"Y asegurado el fuego divino
se burla la porfía, y sólo entonces
opta el atrevimiento, despreciando los senderos
mortales y aspirando a ser igual a los dioses".

Y como premio al esfuerzo de Prometeo:

"Al pueblo le suenan sus palabras
Como si vinieran del Olimpo:
Le agradecen
Que haya robado al cielo
La llama de la vida y que
La descubra a los mortales".

A esa disposición a asaltar los cielos, Teresa Pamies la llamaría años después Romanticismo Militante, para explicarse la compleja combinación de altruismo y credulidad que en nombre la racionalidad dialéctica de la Historia puede llevar a actitudes políticas religiosas, es decir, partidarias del futuro como religión. Con toda la ambigüedad del término romántico, cabe aquí considerarlo como una prolongación del espíritu de la Ilustración imbuido de confianza en el progreso, es decir, de una religión del futuro en la que el partido elegido por la Historia para avanzar positivamente es el Todo instrumental. Argullol tipifica los héroes románticos: el enamorado, el sonámbulo, el demoníaco, el nómada, el suicida, el superhombre y aunque no deslinde el tipo del conspirador que sería carbonario a comienzos del XIX, socialista utópico mediado el siglo y anarquista o comunista en la primera mitad del siglo XX. ¿Acaso no sería la resultante todas estas tipologías?. Marcelino Camacho, enamorado, sonámbulo, demoníaco, nómada, suicida, superhombre, es un militante romántico que ha tratado de robar la Historia a sus dueños para dársela a los hombres, quisiéranlo o no los dioses, quisiéranlo o no los hombres. Escribí en "Pasionaria y los siete enanitos", que, en el pasado de la épica militante absoluta, si..."... el Romanticismo identifica el yo individual como un aspirante a ser el único y el héroe, la inversión instrumental del socialismo científico prefiguraría en "El Partido" como sujeto colectivo, como intelectual orgánico colectivo, todas esas características y así, el militante científico y romántico a la vez, perfecto ha de ser enamorado, sonámbulo, demoníaco, nómada, suicida y superhombre pero todas esas connotaciones integradas dentro del Todo de "El Partido", depositario instrumental del sentido de la Historia.

Vencido en la guerra civil, fugitivo con alma de resistente, comunista con vocación de militancia, de su paso por Argel en plena juventud, Camacho hizo el trampolín para la reconquista de la razón democrática en España, especialmente en el frente del movimiento obrero opuesto al sindicato vertical, es decir, a una de las piezas fundamentales de la arquitectura de la llamada democracia orgánica. El esfuerzo de Camacho y sus compañeros consistió en meterse en el sindicato vertical para minarlo y construir al tiempo las bases de un sindicato liberador de los trabajadores. Observemos que cuando nos preguntan ¿cómo es posible que la dictadura de Franco durara cuarenta años? Hemos de responder que Franco partió de una serie de ventajas por él estimuladas y se aprovechó de otras que se encontró en los pliegues del tiempo histórico. Ventajas. Durante cuarenta años estuvo en condiciones de cortar la cabeza a todas las vanguardias de España y no sólo a la de los poetas, sino también a la de la clase obrera, una difícil vanguardia forjada durante un siglo en el que se pasó del analfabetismo generalizado a la oratoria de la Pasionaria o a los poemas de Miguel Hernández. Regalos. Se aprovechó de la guerra fría para

perdurar su dictadura como un mal menor necesario a los ojos de las llamadas potencias democráticas. De todas las cabezas cortadas por el franquismo, las que más vacíos crearon fueron las de la vanguardia del movimiento obrero. Las clases dominantes renuevan sus sabios dirigentes cada cinco años en las universidades, el proletariado necesitó cien años para encontrar sus propios códigos y sus intelectuales orgánicos. Franco y todo lo que representaba, aprovechó la guerra civil y una postguerra larga, como una larga noche de piedra, escribió Celso Emilio Ferreiro, para diezmar las vanguardias de la universidad, de los profesionales, de los artistas y escritores, de los movimientos sociales y hasta mediada la década de los sesenta no cuajaron nuevas plataformas propiciadoras de las condiciones de la transición democrática y tal vez de una transición democrática mejor de la producida. Aunque esta sospecha nos lleva al terreno banalizado pero a veces cargado de verdad de los boleros "... no quiero arrepentirme después / de lo que pudo haber sido y fue...".
Y en esta reconstrucción de las vanguardias como conciencias externas que forzaron la dinámica parademocrática de la sociedad española de los años sesenta y setenta, tuvo un papel fundamental el voluntarismo de aquel puñado de luchadores que encabezados por Camacho, Ariza y Sartorius construyeron Comisiones Obreras como experiencia sindical de resistencia, como un movimiento sociopolítico que marcó la pauta a la insumisión de otros movimientos sociales, como el estudiantil, los colegios profesionales y el conjunto de la sociedad civil antifranquista o afranquista. De allí salió el potencial de la Transición que ha sido mal explicado cuando se le reduce al empeño de un rey bueno y de unos conspiradores de sobremesa bien comidos, bien bebidos y bien intencionados. La transición la hicieron inevitable los agentes sociales que combatieron al franquismo en las fábricas, en los colegios profesionales, en la Universidad, primero en las catacumbas, finalmente en las calles.

Camacho pasó en las cárceles de Franco muchos años de su vida y cada vez que recuperaba la libertad, recuperaba la lucha y así como otros consiguieron prodigios similares sin perder la cara, él lo consiguió sin perder ni la cara ni el jersey, el único jersey de consumo popular que ha alcanzado la fama de las mismísimas minifaldas de Mary Quant. Es curioso que un jersey pudiera convertirse en el símbolo de una lucha, a manera de revelación del cambio de los gustos épicos. Treinta años atrás, Camacho habría sido representado como un héroe del socialismo con todos los músculos al aire, según la estatuaria soviética. Ahora aparecía como un ciudadano con jersey que nos quería cambiar la Historia y la Vida, según mandato de Marx complementado con el de Rimbaud, Lukács, en el prólogo a la obra de su discípula, Agnes Heller, "Sociología y vida cotidiana, apuesta por romper la barrera que el rigorismo moral, desde Kant a los marxiólogos, había establecido entre actividad ética y vida cotidiana y llegar a connotar al ser social concreto, tanto tiempo reducido a una abstracción historificada. Manuel Sacristán, cuando prologa "Historia y vida cotidiana", también de Heller, subraya que la preocupación de la autora por la cotidianeidad llega como consecuencia de la desilusión producida porque tras el hundimiento del fascismo no apareció una nueva Europa de izquierda y cita a Thomas Mann cuando se refiere al agotamiento de "la época moralmente buena", en la que la lucha colectiva contra la deshumanización nazi dio a los hombres sentido de lo comunitario, objetivos históricos y sostén moral, en línea con la ironía que bastantes años después yo mismo construiría del desencanto de los antifranquistas, ya muerto Franco: "Contra Franco vivíamos mejor".

Camacho fue, es un hombre con sentido comunitario. En el tránsito del siglo XX al XXI sería injusto contemplar el doctorado de Camacho como un ingrediente más del pastiche de la cultura posmoderna. Hay que contemplarlo como un paso en la construcción de aquella razón democrática que obligó al joven Camacho a implicar su vida cotidiana en la Historia, su yo en el nosotros, su lucha modificadora en el conflicto de clases nacional estatal o internacional. Ha sido, es y será determinante en ese conflicto la presión factual explícita o implícita de los partidos comunistas, de los de izquierda en general, pero también de movimientos sociales de amplio espectro, desde los sindicatos a las asociaciones de vecinos, pasando por toda la gama del asociacionismo del voluntariado crítico. Este esfuerzo ha significado una inversión de sacrificio humano difícil de medir, pero gigantesco cuantitativa y cualitativamente considerado, dispuestos los comunistas a pasar por la privación de libertad, la tortura, el exilio, la muerte guiados por su finalidad de la revolución necesaria e inevitable, por esa religión del futuro de la pulsión romántica progresista, esa religión de futuro de la que hablaba Bloch como una propuesta de esperanza laica. Más amplio y cotidiano el sentido de su actuación tal como lo refleja Dorsis Lessing en "Cuaderno Dorado" desde su experiencia de excomunista rhodesiana: "La gente se apasiona demasiado acerca del comunismo o, más bien, acerca de sus propios partidos comunistas y n o reflexiona sobre un tema que un día será terreno abonado para los sociólogos. Me refiero a las actividades sociales que se producen como resultado directo o indirecto de la existencia de un partido comunista, es decir, a la gente o grupos de gente que sin darse cuenta han sido inspirados, animados o infundidos con una nueva racha de vida gracias al Partido Comunista. Y eso es cierto en todos los países donde han existido tales partidos por reducidos que fueran. En nuestra pequeña ciudad, un año después de que Rusia hubiera entrado en la guerra y que la izquierda hubiera cobrado ánimos a causa de ello, aparecieron (aparte de las actividades directas del partido, de las que no estoy hablando ahora) una pequeña orquesta, varias asociaciones de lectores, dos grupos dramáticos, un cineclub, un informe hecho por aficionados sobre las condiciones de vida de los niños africanos de las urbes- que al publicarse, conmovió las conciencias de los blancos y fue el principio d un tardío sentimiento de culpabilidad- y media docena de seminarios sobre los problemas africanos. Por primera vez en su historia, aquella ciudad conoció algo que se acercaba a la vida cultural y que fue disfrutado por millares de personas que sólo habían oído hablar de los comunistas como un grupo odioso.

Ni la basura propagandística vertida por la contrarrevolución internacional para desacreditar el desafío comunista, ni la Leyenda Aurea de santos, mártires, secretarios generales y héroes del trabajo elaborada por el comunismo en el poder, deben forzar a buscar un aséptico e injusto término medio, pero tampoco ocultar que el siglo XX ha presenciado extraordinarios ejemplos de sacrificio y altruismo de los comunistas, en todos los lugares de la tierra, movidos bien sea por los "hechos de consciencia", ese imperativo moral romántico, a los que se refirió el Che ante la injusticia que encajan con el culto a la religión del futuro, bien sea como consecuencia de las condiciones de explotación y alienación que propician conciencia de formación política reclamada por la Historia para la emancipación del género humano. Marcelino Camacho ocupa y ocupará un lugar de excepción en la lucha por esa emancipación y en su decisión de sacrificar su cotidianeidad a cambio de reformar lo histórico, no sólo hemos de valorar el papel movilizador de la utopía o del movimiento revolucionario por sí mismo, como algo ensimismado e independiente de efectos de progreso histórico: Camacho, como tantos de sus camaradas, no lucharon para que la Historia les diera la razón, sino para satisfacer las necesidades de los hombres y el movimiento revolucionario en su conjunto ha contribuido al progreso histórico de una manera determinante. Camacho forma parte de una lista impresionante de mal recordados u olvidados combatientes excepcionales que al lo largo del siglo XX hicieron posible la esperanza como virtud laica y solidaria.

Para la inmensa mayoría de comunistas españoles y de los combatientes sociales de todo el mundo Marcelino Camacho es y será uno de sus referentes románticos fundamentales. Y recuerden que utilizo el patrón de héroe romántico codificado por Rafael Argullol, lleno de amor o llámenle pulsión de solidaridad, sonámbulo por lo soñador, demoníaco por lo fáustico y de ahí la afición de Marcelino de hacer gimnasia todas las mañanas, nómada por lo clandestino, suicida por los otros o por el futuro que merece cualquier sacrificio personal, suprahumano en un universo en el que los hombres se han decidido a sustituir a los dioses después de haber asaltado los cielos. No es que los mitos sean imposibles en una etapa superinformatizada del conocimiento. Se fabrican y se destruyen en función de las necesidades del mercado de la mitología avaladora del sistema y no se toleran los referentes a que subrayen la diferencia entre los establecido y lo necesario.
Establecido, necesario y verdadero, Marcelino Camacho es a partir de hoy Doctor Honoris Causa de esta Universidad y con él la institución adquiere a un intelectual a la vez orgánico y prometeico y no quisiera que entre todos le diéramos a este acto el papel de reivindicación de una especie protegida en vías de extinción. En todo lugar de la tierra y en cualquier momento en que se tenga que luchar por necesidades humanas evidentes y aplazadas, ahora marcadas por la dialéctica entre globalizadores y globalizados, Marcelino Camacho será un modelo de conducta, elemento fundamental en la construcción de un nuevo humanismo.


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