NUESTRAS MEMORIAS Y OTRAS HISTORIAS

AMORES SACRÍLEGOS. Así pudo ser o no exactamente así. La imaginación de cuantos han relatado la misma historia desde perspectivas diversas no desvirtúa mucho la realidad del suceso que tuvo por escenario el monasterio cartujo de Porta-Coeli. Una antigua historia de amor, sacrilegio y muerte que aún estremece a quienes, al acercarse a la cartuja y contemplar su acueducto, reviven la historia de la valerosa mujer enamorada capaz de todo.

La leyenda de los amantes de Porta-Coeli

La Cartuja desde el interior de la puerta principal de entrada
La Cartuja de Porta-Coeli vista tras atravesar, por la puerta principal, los muros que la protegen. (Cortesía Francisco Muria).

Ni los apellidos de Ormesinda y Ricardo ni sus procedencias se pueden citar pero se conocen. En los pueblos cercanos a la cartuja quedan parientes que no desean seguir viéndose mezclados en tan confusa historia. En plena Sierra Calderona, cerca de Serra, de Bétera y Olocau, la cartuja de Porta-Coeli se yergue en un entorno de calma y silencio. Allá por el año 1412 los monjes acometieron la construcción del gran acueducto que, aún en pie, conduce hasta el monasterio el agua que fluye, fresca y abundante, de la cercana fuente de la Mina. Un enorme acueducto de doscientos metros de longitud y apenas uno y medio de anchura levantado sobre once grandes arcos apuntados de piedra que salvan una altura de diecisiete metros.

La historia de amor entre la humilde joven y el hijo único de una poderosa familia local había concluido en tragedia cuando conminado por su padre a que abandonara la relación con Ormesinda, Ricardo decidió vestir los hábitos de cartujo abandonando así también sus deberes familiares.

Por las mañanas, cumplidas sus tareas en la casa, Ormesinda se acercaba a las inmediaciones del monasterio para sentirse más cerca de Ricardo y para tocar con sus dedos el muro que les separaba. Allí permanecía, inmóvil y oculta durante horas y horas. Los comentarios no se hicieron esperar y las infamias sobre encuentros fugaces de Ricardo y Ormesinda en lugares prohibidos de huerto cartujo comenzaron a proliferar.

Cartuja desde el barranco del marge
Pasado el acueducto (en el lado derecho de la imagen) por la pista que enlaza las áreas recreativas del Pla de Lluc con la fuente del marge, podemos contemplar la cartuja y sus muros que la aislan del resto del mundo. (Cortesía Francisco Muria).

No tardaron tampoco aquellas habladurías en traspasar los muros del monasterio. Enterado el prior de Porta-Coeli, decidió no tomar medida alguna y optó por una discretísima vigilancia y observación de las actividades del joven y valioso fray Ricardo. Pero el rumor no menguaba; más bien al contrario. En los comentarios de las gentes comenzaron a aparecer detalles estremecedores sobre la forma en la cual Ormesinda penetraba en el interior de la cartuja. "A través del acueducto. No había", decían, "otra manera".

Un grupo de lugareños entre los que se encontraban familiares de ambos personajes dispuestos a verificar la inconsistencia de la patraña que tanto se repetía, establecieron turnos durante varias noches consecutivas. Pero la falta, no ya de resultados visibles, sino de cualquier indicio que pudiera sustentar el chisme acabó por desvanecer la curiosidad, y una noche de pleniluvio, especialmente clara, acordaron abandonar la observación. Justo en ese momento, a lo lejos, a la izquierda, en la embocadura del acueducto, apareció un reflejo blanco de una figura vacilante que acababa de encaramarse sobre el estrecho canal e iniciaba su arriesgadísima peripecia rumbo al interior del monasterio. Era Ormesinda, que tomaba por primera y última vez el camino que la propia maledicencia popular, sin saberlo, le había señalado. "El único modo era el acueducto".

Al poco, y culminada la proeza, la figura de la joven y su inconfundible silueta que la luna llena dibujaba con total claridad, desapareció de la vista de los abrumados espectadores del suceso. Lo que aconteció en el interior de la celda de los amantes pertenece al secreto de su intimidad. Ricardo, cuya celda recaía precisamente al último tramo del acueducto, había estado escuchando una suerte de pasos por el canal pero también extraños murmullos en el interior del monasterio. La sospecha dio paso a la emoción cuando vio, frente a su ventana, el rostro sonriente de la valerosa Ormesinda que, aterida por el frío pero temblando de gozo, había puesto su vida en peligro para poder consumar su deseo de siempre.

El ojo del acueducto que pasa por la pista forestal

La altura del acueducto puede apreciarse al cruzarlo por el ojo principal sobre el que pasa la pista forestal. Antiguamente era utilizado para suministrar agua potable desde la fuente de la mina. En la actualidad está en desuso al haber sido desviado el cauce a una pequeña balsa de riego y haber canalizado parte del manantial de la fuente del marge para el consumo de los cartujos. (Cortesía del autor).

Pasadas unas horas, poco antes de la primera oración, Ormesinda salió de la celda para atravesar de nuevo el altísimo acueducto asumiendo, una vez más, el riesgo de resbalar sobre tan angosto paso, quemados los pies por el agua helada. Ricardo, observando desde la ventana de su celda siguió el trayecto petrificado por el espanto. De pronto, cuando la joven remataba por segunda vez su hazaña, el joven cartujo pudo ver con total precisión cómo una figura furtiva de aspecto difuso la atrapaba violentamente. Los gritos de Ormesinda rasgaron durante un segundo la calma de la Sierra Calderona.

Enloquecido, Ricardo quiso salir dispuesto a rescatarla, pero no le fue posible. Dos fornidos frailes y el mismísimo prior del monasterio que esperaban en la puerta de su celda se lo impidieron. En un santiamén, sin tiempo para reaccionar, fue atenazado y conducido por la fuerza a una de las celdas de castigo de Porta-Coeli.

Al día siguiente, unos jornaleros que se dirigían a Bétera, encontraron junto a un camino a la joven Ormesinda muerta. Nada en su aspecto denotaba violencia alguna. No parecía otra cosa sino que la joven se hubiera sentado en un lado del sendero y se hubiera dejado morir. Conocida toda la historia, de nuevo la maledicencia popular atribuyó a los monjes de la cartuja el envenenamiento de la joven, acaso para preservar el sagrado recinto de cualquier otra tentación similar.

Ricardo, que nunca llegó a conocer el trágico final de su amada, fue debilitándose confinado en una celda de castigo de altísimos y silenciosos muros a través de cuya reja únicamente recibía el consuelo de las misas que escuchaba. La melancolía pudo con su juventud y un día los cartujos lo encontraron muerto. Y ya no se sabe más.

(Fuente: "José Luis Tormo, Diciembre 1999. El Mundo. Valencia-Sociedad")

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