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Marcelino Camacho Abad

Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 12 de diciembre de 2001


Palabras del Rector

Hace muchos años, en el periodo especial de la España de la postguerra, cuando iniciaba, por las tardes, mis clases de maestro industrial tornero, ya que, por la mañana, había que trabajar en el campo para, entre toda la familia, sacar la casa adelante. (eufemismo este, el de sacar la casa adelante, con el que se designaba entonces a poco más que poder organizar, las más de las veces, un puchero con unas habichuelas, acelgas salvajes y algo de tocino, y poder adquirir un trozo de tela llamada de mahón, para que la madre pudiera poner un remiendo con dignidad en la usada ropa de faena), había, en aquellas clases-aulas-taller grandes y frías, con el característico olor del aceite mineral, grasa y taladrina, mezcladas con la rancia piel propia de la vieja maquinaria, había, digo, una placa de negro sobre blanco que decía: "Trabajo, maravillosa palabra que sintetiza el progreso de la Humanidad. En los tiempos antiguos significó esclavitud y en los actuales libertad. Trabajar es dignificar la vida".

No es así. Hoy sé que no es así. Hoy sé que no dignifica el trabajo. No dignifica el esfuerzo físico o intelectual por el mero hecho de hacerlo. No dignifica el esfuerzo o la monotonía de apretar un millón de veces al mes el mismo tornillo. Lo más que puede ocurrir es que, como la desgracia une a los hombres, haya una cierta solidaridad entre los que aprietan los tornillos. Ni siquiera dignifican los frutos del trabajo. Es decir, no dignifica tampoco el que los tornillos sean bellos, bellísimos, y vayan a ser atornillados a una bellísima tuerca. En cambio, sí que dignifican, los frutos de los frutos de trabajo, es decir, dignifica el salario ganado por dicho trabajo, ya se sea apretador de tornillos, empresario o profesor, pues con este salario, ganado en paz y libertad, puede uno armar, organizar, decidir, su propio proyecto de vida personal y colectiva. Y es ahí en donde aparece la dignidad del proceso, en el riesgo del vivir en y con la Sociedad. Con los frutos de los frutos del trabajo, uno puede decidir comprar un libro, matricularse en un Master para pobres, un mastercillo, ir al cine, o invertir en la formación de los hijos, entre otras cosas. Ese ejercicio de libertad de decidir, conlleva, al mismo tiempo, un ejercicio de legitimidad y compromiso con la Sociedad y sus reglas, que son, en definitiva, de poder ejercer derechos y deberes como ciudadano. Ejercicio de derechos: las Instituciones han de estar el servicio del ciudadano. Ejercicio de deberes: la Sociedad ha de legitimar, con su praxis, a las Instituciones. De ahí la dignificación del proceso.

A las personas que hoy se les otorga este viejo, universitario y prestigiado título de doctor por causa de honor, D. Marcelino Camacho Abad y D. Nicolás Redondo Urbieta, tuvieron la primera dignidad luchando por que fuera posible una Sociedad en paz y libertad. Ellos representan a todos los trabajadores, por eso todos los trabajadores nos felicitamos hoy. Yo creo que con estos birretes que hoy nimban sus sienes se coloca el adorno, el broche que faltaba, para que el libro de la vida, de su vida de trabajo, estuviera completo.


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