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José Antonio Marina Torres

Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 26 de junio de 2003


Laudatio por José Luis Santos

Excmo Sr. Rector Magfo.
Excmas. e Ilmas Autoridades,
Sre Claustrales,
Sras y Sres.

Si bien ha sido el conjunto de los abundantes y sobresalientes méritos que concurren en el profesor Marina la causa determinante de la propuesta inicial que hoy nos permite la satisfacción de celebrar su nombramiento de doctor "Honoris Causa", permítanme que destaque, muy en especial, que fue su relevante aportación a la tarea de la elaboración ética - que a todos nos acucia - el desencadenante primero de tal iniciativa. De la sensibilidad de nuestro Claustro hacia esas preocupaciones inexcusables - pues también aquí, y conscientes de nuestra condición de náufragos, aspiramos a sobrevivir mediante la imprescindible construcción ética - es buena prueba la reciente constitución de la Comisión de Ética de esta Universidad, indicio de una feliz sintonía con la obra del homenajeado, lo que añade una especial motivación, en consecuencia, a la oportunidad del acto solemne que ahora nos reúne. Estamos seguros de que su ingreso en este claustro potenciará la aportación cultural y humana de José Antonio Marina a nuestra Universidad, que ha tenido ya el privilegio, desde hace años y en distintas ocasiones, de contar con su magisterio excepcional a través de numerosas conferencias y otros actos culturales.

El proceso histórico conducente a la adquisición de derechos y a la invención del concepto de la dignidad humana ha sido muy lento, viéndose sembrado su camino de abundantes obstáculos. Desde Sócrates - cuya muerte fue una insuperable lección de ética -, Platón - para quien el proceso del conocimiento racional es, a la vez, un proceso de conversión moral -, y Aristóteles - que consideró que la ética y la política son las ciencias prácticas que hacen referencia a la conducta de los hombres -, transcurrirían muchos siglos antes de que surgiera, con el "imperativo categórico" de Kant, a finales del XVIII, la formulación de una norma ética, universal y no supeditada a morales o ideologías particulares. Por los mismos años, en 1789, la Asamblea Francesa promulga la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde aquellos derechos, y la consecuente dignidad del individuo, son reconocidos por primera vez en la historia. Mucho más tarde, finalizando ya la II Guerra Mundial, la Carta de las Naciones Unidas afirmó "la fe en los derechos fundamentales humanos, en la dignidad y valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, así como de las naciones grandes y pequeñas", con la siguiente proclamación, en 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de aquella organización.

La enorme distancia que nos separa todavía de tan plausibles anhelos, habla de la lentitud de nuestro caminar, o de lo dilatado del camino que conduce a la plena consecución de tales derechos, pues éstos y la dignidad no son bienes naturales, sino paciente construcción y logro de los humanos en su ardua tarea de humanización de sí mismos. El derecho - y la dignidad y la libertad consiguientes - es requisito primero, con la tolerancia, para la elaboración de la ética. Pero a la tolerancia, proveniente de la razón, que es un uso de la inteligencia, se opone, con frecuencia, la intolerancia, fruto dañino de la irracionalidad, con el resultado de aplazar aquellas expectativas. Así, la superación, la eliminación, de los comportamientos irracionales es condición necesaria para progresar en el camino que lleva hacia aquel objetivo; sólo la razón permite afrontar decididamente la resolución de los graves problemas sociales que agobian a la especie humana, empezando por el hambre y las guerras generadas por la injusticia.

José Antonio Marina explica que estamos "viviendo un período ético constituyente", después de decirnos que la ética - esa ética que "aclara que el modo más inteligente de ser inteligente es crear la libertad, la verdad y la dignidad"- es la meta de la inteligencia creadora y esencial tarea humana, y que le compete el análisis de los problemas morales universales y el estudio de las soluciones que se les ha dado a lo largo de la historia, así como la elaboración del criterio válido para la evaluación de las mismas. Así como la inteligencia clásica culminaba en la ciencia, la inteligencia de la ultramodernidad alcanza su cima en la ética, que es, sobre todo, una poética de la acción, en la que también, claro, tiene su lugar la ciencia. Ya para Hegel, la eticidad se halla en un nivel y en un momento dialéctico superiores a los del derecho y la moralidad, que la preceden en el proceso intersubjetivo de la realización de la libertad. Aunque no lo quiera, José Antonio Marina, siempre incide en ese terreno. Lo dice él mismo: "Nunca quiero escribir sobre ética [...] y siempre acabo haciéndolo", inconsecuencia ésta que le agradecemos, dándole también las gracias por su optimismo en cuanto a la posibilidad de esa construcción racional, optimismo que, recurrentemente, es también, a su vez, una exigencia ética, y es la única alternativa a la desesperación. Identifica la creación, como aportación valiosa y positiva de algo antes inexistente, con la bondad, y la destrucción con la maldad, alarmado por las posibilidades destructivas de todas las subclases de la estupidez. En este mismo paraninfo, el cardenal Tarancón, con referencia a los valores éticos en la democracia, señaló que la existencia de un vacío ético es un factor gravemente desestabilizador, pues revela la persistencia de unas formas de monopolio ideológico, incompatibles con una sociedad tolerante.

La universalidad de las materias y de los problemas que atraen la atención de José Antonio Marina, implica el fracaso anticipado de cualquier tentativa de resumen y encasillamiento de sus indagaciones y trabajos, de los que han nacido una docena de densos y muy documentados libros - varias veces reeditados cada uno de ellos - , escritos siempre con el mejor estilo literario - es decir, con la máxima claridad, sólo posible cuando se ha explorado, como él viene haciendo, en la intrincada selva del lenguaje -, y en los que el rigor científico, siempre presente, es compatible con el más fino humor, cuando la ocasión lo requiere. Es orientativo, y algo menos arriesgado, ofrecer una lista de sus oficios y aficiones, que han hecho posible tan copiosa obra, incluidos sus frecuentes artículos de prensa, sus numerosas conferencias y sus ponencias en congresos y simposios. A través de sus publicaciones se descubre, en efecto, su condición simultánea de psicólogo, sociólogo, pedagogo, lingüista, filólogo, así como horticultor o jardinero - atento siempre en este quehacer al "jardín que hay que cultivar",cultivo que también ocupa, en su metafórico sentido volteriano, el amplio abanico de tan variadas tareas -, coronando tantas actividades y saberes su condición de filósofo. Y si le preguntáramos cómo se llega a esa cima, estoy seguro de que nos contestaría que mediante el ejercicio de su oficio fundamental, el de "investigador privado", título que bien merece, después de haber indagado muy sagazmente tanto en la enmarañada química interior del propio individuo como en la física, no menos intrincada, de la relación de éste con la sociedad.

A pesar de esta última afirmación tan contundente, y para terminar, quiero entrar en un aspecto que para mí ha sido personalmente extraordinariamente atractivo y al que he tenido acceso a través de mi contacto profesional con el Dr. Gianola. Me refiero a los aspectos filosóficos que se derivan de esta escuela de inferencia. Puede sorprender a un visitante el que ahora hablemos de filosofía, pero me siento autorizado a hacerlo porque sé que me encuentro en un ambiente particularmente propicio, puesto que ha sido política general de nuestro equipos de gobierno el subrayar el aspecto humanístico de nuestra Universidad. El visitante curioso pronto descubrirá que tenemos una magnífica colección de escultura moderna en el campus, que la Universidad ha organizado varios congresos de filosofía y teoría del conocimiento, y que en otras ocasiones ha puesto en contacto a creadores del campo de la literatura, las humanidades y el arte con los científicos de diversos campos. La lista de doctores Honoris causa de esta universidad, por poner un ejemplo a propósito, está plagada de poetas, de músicos y de artistas plásticos. No creo, pues, estar fuera de lugar si digo que a través del mundo al que me introdujo el Dr. Gianola, he podido comprender mejor aspectos de la filosofía de la ciencia relacionados con el problema clásico de la inducción, e incluso me he atrevido a hacer alguna pequeña aportación en el congreso de Conocimiento en Invención que desarrolló recientemente nuestra Universidad. Las clases del Prof. Gianola siempre han sido un estímulo no sólo para abordar problemas nuevos o para desarrollar herramientas eficaces para nuestra labor, sino para pensar en los problemas difíciles de la inferencia científica; estos problemas que puede que al ingeniero aplicado no le interesen necesariamente, pero que en una Universidad, y como universitarios, no debemos ignorar.

Sus primeros libros - Elogio y refutación del ingenio (tan esperado desde Paul Valery) y Teoría de la inteligencia creadora (esa inteligencia que logra caminar certeramente por sendas inciertas) - nacieron ya como obras maestras. Y han seguido, siempre dignas de esta calificación, sus otras obras, en las que analiza extensa y profundamente todos los recovecos del comportamiento humano, sus necesidades, sentimientos y aspiraciones, sus alegrías y sus quebrantos, su difícil caminar - obligados tanto por la herencia recibida del pasado como por el legado que nos exige el futuro - en pos de su realización como ser racional, de la búsqueda de la felicidad.

No es Marina uno de aquellos "filósofos encapuchados y con barba para infundir respeto, que afirman que sólo ellos poseen la sabiduría y que todos los demás mortales no son sino errantes sombras", como los definía Erasmo. Es otra clase de filósofo, sin barbas ni disfraces, atento, aquí y ahora, a los problemas de nuestro entorno, a los problemas de la educación, de la ciencia, de la política, de la comunicación, de las relaciones humanas, permanente modelo de tolerancia, filósofo que, siempre en el "círculo profano" de la razón, entiende la filosofía como servicio público, y es, como ha dicho Umbral, "un hombre que tiene la paz en su persona", un pensador que ha elegido "un magisterio de paz", que él confirma al entender que la guerra, como sistema regresivo es siempre "una demostración de la estupidez humana" por imponer la "lógica de la fuerza sobre la lógica del derecho", incluso, en una contradicción insalvable, cuando se pretenda acabar con el terrorismo mediante la guerra, que es también una forma de terrorismo. Por eso, nuestro filósofo nos convoca a una "revolución tranquila", encabezada por una ciudadanía ilustrada, tenaz y sensata.

Doctor Marina, amigo José Antonio Marina, bienvenido al Claustro de la Universidad Politécnica de Valencia, que tanto se honra con tu incorporación como nuevo y distinguido miembro, y que tanto espera de tus sabias enseñanzas.

He dicho

"Así pues, considerados y expuestos todos estos hechos, dignísismas autoridades y claustrales, solicito con toda consideración y encarecidamente ruego que se otorgue y confiera al Excmo. Sr. D. José Antonio Marina el supremo grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia"

José Luis Santos Lucas.

26 de junio de 2003


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