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UPV
 

Miquel Batllori Munné

Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 18 de mayo de 2001


Laudatio por Santiago La Parra López

-Excelentísimo y Magnífico Sr. Rector de la UPV
-Ilmo. Sr. D. Miquel Batllori Munné
-Dignísimas autoridades académicas y políticas
-Compañeros de la UPV y de otras Universidades
-Sras. y Sres.

En medio del bosque de estrellas que adorna la fachada principal de nuestra Escuela se nos advierte en tono poético que Qualsevol nit pot sortir el sol. No hace aún diez años esta inverosímil posibilidad pudiera llegar a parecer a muchos más factible que el hecho de que Gandía contara algún día con una Escuela Politécnica Superior. Hoy, sin embargo, es ya una realidad, con la que se reanuda la tradición universitaria de nuestra ciudad, interrumpida bruscamente en 1772, que había nacido a mediados del Quinientos con rasgos peculiares y por iniciativa personal del duque santo Borja.

Algunas de las personas que han hecho posible este proyecto tan ilusionante están hoy aquí presentes y todos los que de una u otra manera, más o menos directamente, nos hallamos involucrados en el mismo, tenemos perfectamente asumido el reto de hacer de dicha Escuela una institución cada vez mejor y más grande al servicio de la comunidad. Pero siempre anteponiendo la calidad a la cantidad..., golpe a golpe, verso a verso. Es decir: día a día, todos los del año.

En la consecución de ese empeño, asumido como una obligación, y de acuerdo con la voz del clásico cuando nos aconseja seguir los pasos de los pocos sabios que en el mundo han sido, nos ha parecido lo más adecuado, por coherente, que en la primera página de nuestro libro de reconocimientos institucionales quedara escrito para siempre, como modelo de universitario, el insigne nombre del P. Miquel Batllori i Munné, quien muy amablemente ha aceptado recibir aquí, en Gandía, la primera distinción con la máxima dignidad académica que concede la Universitat Politècnica de València en el nuevo milenio.

El inmenso y emocionado honor que supone para mí loar, hic et nunc, los sobrados méritos de nuestro ilustre invitado a tan alto galardón no me resulta fácil describirlo con palabras, por lo que parece lo más prudente limitarse a los hechos que jalonan una vida tan envidiablemente longeva por su ejemplar aprovechamiento.

Esa tan lúcida longevidad - según propia confesión- es una gracia que le ha concedido la Providencia, a la que él ha procurado ayudar siempre frecuentando el alimento espiritual de la Poesía con mayúscula. La prueba más palpable, en fin, de hasta qué punto se puede aprovechar el tiempo, como decimos, son los 20 volúmenes en curso de publicación que comprenderá la Obra Completa del P. Batllori, aún sin incluir en ese cómputo global de su trabajo algunas otras publicaciones, no todas menores, como el epistolario borgiano o la edición del Archivo Vidal i Barraquer, realizada junto con Víctor Manuel Arbeloa, que ha permitido sacar a la luz, a lo largo de sus más de 4.000 páginas, gran parte de una documentación básica para el estudio de las problemáticas relaciones Iglesia-Estado en tiempos muy difíciles para mantener intacta la coherencia personal y dignidad del cargo, como hiciera en su día el titular de esos papeles.

No era gratuita esta alusión nuestra al arzobispo de Tarragona muerto en el exilio, pues lección semejante de coherencia y dignidad -en circunstancias menos trágicas, eso sí- la hallamos también en la trayectoria vital del P. Batllori, aderezadas ambas virtudes personales con una escrupulosa obsesión por el dato preciso y el concepto exacto en aras del máximo rigor científico, que es constante característica en su prolija y variadísima producción historiográfica.

Su dedicación al estudio ha sido tan intensa que vida y obra se imbrican, de manera que para demostrar que lo que decimos va mucho más allá de lo que aconseja el inédito manual de la cortesía académica, no podemos separar la una de la otra: la experiencia vivida de la vida recreada en su obra. En este sentido, y ya de entrada, la misma elegancia que llama la atención en su persona, se hace extensible también a una prosa cuidada, donde cada palabra está minuciosamente elegida en función del sentido preciso que tenga, sin menospreciar los matices, de la misma manera que su desbordante elocuencia trasluce un saber inmenso pero siempre en las antípodas de cualquier atisbo de pedantería.

El P. Miquel Batllori nació el 1 de octubre de 1909 en la Barcelona que acababa de convertirse en la Ciutat Cremada. No creo que ahora nos podamos imaginar exactamente toda la preocupación con la que debieron vivirse los dramáticos sucesos de aquella semana trágica, que comenzó el último lunes del mes de julio, en el seno de esta familia monárquica y católica practicante, buena parte de cuya fortuna se amasó en la Cuba colonial. En sus largas conversaciones con las historiadoras Cristina Gatell y Glòria Soler, recogidas en el reciente libro muy gráficamente titulado Records de quasi un segle, el propio Padre Batllori reconocía que "hi ha moltes coses de la llengua i tradició indiana dels meus avis a què encara em sento lligat".

Y es que, entre otras consideraciones, fue en esta isla caribeña donde al primer apellido del abuelo materno, En Miquel Munné i Romagosa, le quitaron la "r" final del original "Munner". Allí también donde nació doña Paula Munné de Escauriza, la madre, quien muy pronto le explicaría al jovencísmo Miquel, en el castellano que ella siempre utilizó en casa, que los papeles viejos de los archivos sirven para escribir bien la historia. ¡Y cómo aprendió la lección aquel niño!.

El abuelo paterno, N'Andreu Batllori i Pujades, también hizo las Américas y al volver de Cuba se casó aquí con doña Maria Anna de Osorio, de ascendencia noble vizcaína y pariente de aquel primer marqués de Osorio, que se distinguió precisamente por su persecución contra los krausistas desde el Ministerio de Fomento en tiempos de Isabel II y Alfonso XII. El tercer abuelo paterno de nuestro homenajeado, D. José Mª de Osorio y Colón de Carvajal, estaba emparentado por vía femenina, tal y como sugiere su segundo apellido, con el VIII duque de Veragua; no exactamente con el VII (como en algún momento supuso el propio P. Batllori), lo cual lo entronca a él indirectamente con el descubridor de América, pero no con los Borja..., aunque bendita sea esta hipótesis equivocada si fue eso lo que le indujo a estudiar la saga valenciana que dio hasta dos Papas en el Renacimiento y el santo del Barroco que fue duque de Gandia...

Tras una infancia entre los libros que le ayudaron a sobrellevar mejor una grave enfermedad y la no menos estimable colección de cuadros que acabó reuniendo su padre, Antonio María Batllori de Orovio, en 1925 ingresó en la Universidad para estudiar Filosofía y Letras, a la vez que Derecho lo hacía por libre. Entró -según evoca él mismo- "essent castellanoparlant i en vaig sortir catalanopensant".

En 1928 se licencia en Historia con premio extraordinario y ese mismo año decide ingresar en la Compañía de Jesús, movido -según sus propias palabras- por "un impuls més intel·lectual i voluntarista que sentimental". Así, y ante la sorpresa de sus propios compañeros, recién cumplidos los 19 años de edad, exactamente el 16 de octubre, cruzaba la puerta de entrada a este mismo palacio donde ahora nos encontramos, que entonces era noviciado de los jesuitas, y aquí recibió, sin ocultar su alegría, la noticia de la caída de Primo de Rivera.

Entiéndase la anécdota no sólo como referencia contextual sino también como botón de muestra de hasta qué punto el voluntario compromiso con esta orden religiosa ha procurado compaginarlo siempre con la fidelidad a las ideas propias y el mantenimiento de su criterio, cosa que no debe resultar demasiado fácil pero sí muy gratificante cuando se tienen las ideas claras y la conciencia tranquila. El P. Batllori, en fin, es perfectamente consciente de que él siempre ha sido un jesuita poco común y, como explicara en cierta ocasión en tono coloquial al P. Pedro Leturia (su antecesor en la cátedra de Historia de la Universidad Gregoriana), su "humorismo transcendental" le ha servido de decisiva ayuda para perseverar en la Compañía..., aunque precisamente el humor no ocupara un lugar prioritario entre los planteamientos de san Ignacio.

Más formalmente, en el vol. VII de sus Obras Completas, dedicado a "Gracián y el Barroco", no oculta que su inicial interés por el escritor aragonés, correligionario suyo, nació tras compartir con él más de una incomprensión y recelos varios por parte de la jerarquía, como inevitable peaje que están destinados a pagar quienes optan por rendir culto a la reflexión y cultivan el espíritu crítico. Aunque esperemos que, por esto, el P. Batllori nunca haya tenido que oír impertinencias como las que el vehemente D. Marcelino Menéndez y Pelayo dedicara al jesuita aragonés, tachándolo de hipócrita y malintencionado, según recuerda Alberto Blecua.

A estas coincidencias desagradables, si bien con consecuencias afortunadas al final, cabe sumarle otra más, pues también Gracián vivió un tiempo aquí, en Gandia, a la sombra de su Universidad, y aquella estancia supuso mucho más que una mera anécdota, pues muy probablemente fue aquí, en "la pàtria del conceptuós Ausiàs Marc" -como escribe el P. Batllori- donde comenzó su carrera de escritor aquel autor, que vuelve a estar de moda hoy, cuando se cumple este año precisamente el cuarto centenario de su nacimiento.

Recorriendo a la inversa el camino entre Aragón y Valencia que hiciera en su día Gracián, el P. Batllori pasa en 1930 desde Gandia a Veruela, en donde le sorprende la proclamación de la II República, con su explosión de violento anticlericalismo.

Pero ni si quiera esta mancha negra hizo abjurar de su ya arraigado liberalismo a este religioso, que en sus visitas a Basilea no deja de venerar el sepulcro de Erasmo y en su obra reivindica la decisiva aportación del humanismo laico de autores como Marsilio de Padua o, sobre todo, Lorenzo Valla en la construcción de la nueva Europa renacentista, como alternativa al viejo concepto medieval de "Christianitas" asentado sobre cimientos y nexos religiosos.

La supresión de la Compañía a raíz del famoso artículo 26 de la nueva Constitución republicana obliga al P. Batllori a marchar a Italia. En la Universidad de Avigliana (muy cerca de Turín, a donde los jesuitas de Sarrià habían transladado su Facultad) prosigue sus estudios de Filosofía; los de Teología los cursa, a continuación, en San Remo y, a la vez, por indicación del P. Ignasi Casanovas (asesinado en 1936) aprovecha los veranos para recorrer los archivos italianos tras la pista de los Josep Finestres, el conquense Lorenzo Hervás y Panduro, Esteban de Arteaga y demás jesuitas expulsados por orden de Carlos III.

Ramon Llull e igualmente empeñado en trazar puentes entre las tres culturas dominantes en su época, también la controvertida figura del médico valenciano Arnau de Vilanova nos resulta mucho mejor conocida gracias a la paciente investigación del P. Batllori, entre cuyas aportaciones al respecto, recogidas en el volumen III de la Obra Completa, se cuenta el haber despejado las incógnitas sobre la hipótesis de su origen judío.

Si desde el punto de vista cronológico la privilegiada mente del P. Batllori, con su prodigiosa capacidad de trabajo, le permiten abarcar temas, épocas y personajes que van desde Llull, Arnau de Vilanova o San Ramón de Peñafort hasta Balmes y Vidal i Barraquer, pasando por Erasmo y Vives, los Borja, Gracián, Francesc Gustà, Esteban de Arteaga o Lorenzo Hervás, esas mismas virtudes sobre las que asienta su inmensa curiosidad intelectual hacen posible que tan perspicaz mirada no se ciña al ámbito geográfico de la Vieja Europa, tal y como demuestran los volúmenes XIV y XV de su Obra Completa: el primero de ellos está dedicado a Iberoamèrica: del descobriment a la independència (con temas, por tanto, que van desde el siglo XV al XIX), mientras que el otro tomo citado trata sobre el abate peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán, novicio de la Compañía (pues no llegó a ordenarse sacerdote) y combativo independentista, tras cuya pista el P. Batllori se introdujo en temas americanistas.

En este otro terreno, matiza mucho, por ejemplo, el supuesto protagonismo que tradicionalmente se le venía atribuyendo a los jesuitas en la independencia del Nuevo Mundo o refuta la falsa suposición de Gothein, según la cual las reducciones jesuíticas del Paraguay fueron concebidas para llevar a la práctica la utopía de Campanella en la Città del Sole porque, entre otras razones, cuando esta obra aparece editada en 1620 ya hacía 11 años que se habían fundado los primeros de estos establecimientos en el Alto Paraná.

Esta inmensa panoplia de temas y lugares, imposible de imitar por cualquiera de los mortales que simplemente somos normales, no sigue un orden precisamente caótico ni, muchísimo menos todavía, debería explicarse como fruto de un mero ejercicio "dilettante". En absoluto es así. Muy al contrario, hay omnipresentes en ella dos ejes temáticos fundamentales a modo de constantes o coordenadas entre las que se enmarca tan ingente investigación -que son Cataluña y la propia Compañía de Jesús- y un nexo de unión indeleble a lo largo de toda ella: el seguimiento de la construcción, en la propia cuna europea donde nace, de lo que ha dado en llamarse la Modernidad, desde sus inicios (que el P. Batllori sitúa en torno al 1300, siguiendo en esto la periodificación preferida por la historiografía germánica) e incidiendo en los momentos claves de ese proceso a través de los personajes más representativos de cada uno de ellos, por polémicos o controvertidos que éstos fueran.

Y algunos, como los Borja, lo son mucho por su propia conducta, lo suficientemente escandalosa de por sí como para no necesitar los añadidos de que han sido víctimas por parte de una literatura tributaria del sensacionalismo morboso y una historiografía ajena al rigor científico. La labor incansable del P. Batllori en la genealogía de esta intrincadísima familia nos ha facilitado una especie de Who's who imprescindible para moverse con soltura y seguridad por esta maraña de parentescos construida sobre la base de homónimos que se repiten en el desempeño de cargos similares y entre los que la tonsura eclesiástica no garantiza, ni mucho menos, la ausencia de filiaciones directas...

Aún a costa de abusar de la paciencia de Vdes. y alargarme más de lo que seguramente la prudencia aconseje, no quisiera terminar esta sincera laudatio sin dejar apuntadas aquí dos últimas observaciones, que juzgo muy convenientes y, en todo caso, necesarias para la tranquilidad de mi conciencia.

Con la primera de ellas quisiera salir al paso de la posible tentación de deducir, a partir de lo que llevamos dicho, que la obra historiográfica del P. Batllori incurra en una especie de reduccionismo metonímico, en el que la parte que encarnarían todos esos personajes singulares se tome por el todo más complejo de su época respectiva. Esta conclusión sería muy injusta, pues la concepción del Barroco, por ejemplo, del P. Batllori está mucho más cercana a la de ese "concepto de época" que defendía José Antonio Maravall que al formalismo estilístico dorsiano; lo entiende más como una Weltanschaung que como un mero "estilo artístico", de la misma manera que para él el Humanismo es antes una "actitud" que una "doctrina"; una "cultura" (capaz de expresarse también en las lenguas románicas, no sólo en latín) y no un "sistema", frente a la interpretación ya clásica de Burckhardt, a partir de lo cual puede demostrar que sus directas conexiones transalpinas hacen al humanismo catalán pionero en la Península Ibérica, y no necesariamente tributario de Nebrija, contra el parecer de otros autores, también catalanes y filólogos en su mayoría.

La segunda y última de nuestras matizaciones (que, pese a su obviedad, acaso no esté de más en los tiempos que corren) es para reafirmar expresamente la dimensión universalista de la obra del P. Batllori, en absoluto afectada de localismo alguno por su confesado amor y dedicación a la cultura catalana, que para él fue también un descubrimiento por las circunstancias personales ya apuntadas. Además de la fuerza que tiene la evidencia de lo que fácilmente se puede comprobar por estar escrito, ninguna otra conclusión podría deducirse legítimamente a partir del talante personal de nuestro personaje y sus más íntimas convicciones, ayudadas en este punto por las circunstancias de su trayectoria profesional que le obligaban a estar al tanto del estado de la investigación en los puntos más diversos del planeta desde su puesto de director de la prestigiosa Archivum Historicum Societatis Iesu, al frente de la cual estuvo primero desde 1951 hasta 1959 y, luego, entre 1974 y 1981.

El P. Batllori volvió a Italia en 1947 para incorporarse al Instituto Histórico de la Compañía de Jesús en Roma (del que sería también su Director) y en 1981 se jubiló como catedrático de Historia Moderna en la Universidad Pontificia Gregoriana, cuyos orígenes borgianos abordará precisamente en su disertación de este acto.
Doctor honoris causa por la Universitat de València-Estudi General (1975), por la Facultad de Teología de Barcelona (1978), por la UNED de Cervera (1993) y por la de les Illes Balears (1994), mucho más ajustado a la verdad sería hablar en este caso de que tales honores se le deben laboris causa, como diría su buen amigo Francesc de Borja Moll.

El P. Batllori es académico de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona desde 1942, de la de la Historia de Madrid desde 1958 (donde fue recibido por Gregorio Marañón), de la Pontaniana de Nápoles y de todas las Academias hispanoamericanas de la Historia, comenzando por la Nacional de Buenos Aires, que lo invistió en el año 1949. Ha sido miembro, así mismo, del Institut d'Estudis Catalans y del Comité de Ciencias Históricas Internacional, del Español y del de la Santa Sede, además de presidir la Sociedad Bolivariana de Roma entre 1981 y 1984.

Entre los muchos premios y distinciones, en fin, con que ha sido reconocido su trabajo por las más altas y variadas instancias, sólo destacaremos aquí la concesión de la "Lletra d'Or" en 1980 por su libro A través de la ciència i la cultura (1979), Creu de Sant Jordi en 1982, Gran Cruz de Alfonso X El Sabio en 1984, Medalla d'Or de la Generalitat de Catalunya el año siguiente, Premio Nacional de Historia de España en 1988 por su libro Humanismo y Renacimiento: estudios hispano-europeos, Premi d'Honor de les Lletres Catalanes de 1990, Premi Lluís Guarner de la Generalitat Valenciana en 1991, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1995, Medalla d'Or de la ciutat de Gandia en 1996, Creu d'Honor d'Áustria per a les Ciències i les Arts en 1997 y Medalla d'Or del Govern Balear concedida el año 1998.

A nosotros ahora nos gustaría, P. Batllori, que al añadir a tantos honores, distinciones y dignidades este otro merecidísimo título de doctor honoris causa Vd. se sintiera feliz. Aunque sólo fuera porque para la Universitat Politècnica de València - no le quepa la menor duda- es un honor contarle entre los más ilustres miembros de su claustro.

Muchas gracias.


EMAS upv