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Juan Roig

Doctor Honoris Causa por la Universitat Politècnica de València. Investido el 15 de junio de 2007


Laudatio

Francisco Pérez García;
Señor Rector Magnífico;
Honorable Señor Conseller;
Doctor Honoris Causa;
Señor Presidente del Consejo Social;
Señor Defensor de la Comunidad Universitaria;
Señor Secretario General;
Distinguidas Autoridades;
Miembros de la Comunidad Universiataria;
Señoras y Señores:

La Universidad Politécnica de Valencia me ha invitado a pronunciar la laudatio de Juan Roig Alfonso, que va a ser investido doctor honoris causa en este acto, a propuesta de la Facultad de Administración y Dirección de Empresas. Quiero agradecer muy sinceramente a esta Universidad, y en particular al Rector Juan Juliá, este honor inmerecido que, por ser el nuevo doctor un antiguo compañero de estudios y amigo se convierte en un verdadero regalo.

Intentaré corresponder al mismo con unas reflexiones personales sobre la naturaleza e importancia de las contribuciones de Juan Roig, a quien conozco desde 1968, cuando ambos y Hortensia Herrero, quien luego sería su mujer, iniciamos juntos los estudios de Economía en las modestas aulas de un convento del barrio del Carmen. En ellas vivía, recién emancipada y todavía en alquiler, la primera Facultad de Economía de esta ciudad, la de la Universitat de València, y en la cual yo todavía trabajo.

Desde aquellos lejanos tiempos de estudiantes han pasado casi cuarenta años y la trayectoria empresarial de Juan Roig nos impresiona tanto a todos que muchos hemos sentido curiosidad por identificar las causas del despegue fulgurante de su proyecto, sobre todo en la última década.

Agradezco la oportunidad de exponer ante este auditorio las razones por las qué, desde mi perspectiva, este empresario nacido en Poble Nou en 1949, proyecta su liderazgo en toda España y merece, sobradamente, este importante reconocimiento académico.

Les adelantaré mi conclusión: sus logros son el resultado de sus conocimientos y de un esfuerzo continuado por comprender las claves de la actividad empresarial en nuestros días. En mi opinión, la sabiduría que Juan Roig ha acumulado refleja una acertada visión de la empresa que ha llevado con gran éxito a la práctica, y que es más relevante porque es socialmente responsable al estar basado en el fomento de la confianza recíproca, una virtud de la que las sociedades casi siempre andan necesitadas. Su proyecto es la consecuencia de haber comprendido que alinear los intereses de los distintos grupos humanos que se relacionan con la empresa, y promover la cooperación en un mundo complejo y cambiante como el actual, no sólo es éticamente deseable, sino factible y rentable. Por la originalidad de sus ideas, la amplitud con la que las ha llevado a la práctica y las implicaciones sociales de su modelo, merece ser distinguido con el doctorado honoris causa que esta Universidad le otorga con muy buen criterio.

No es el único empresario que ha descubierto que, en las actuales circunstancias de cambio continuo, es productivo sustituir una visión que atiende sólo a los propietarios (los shareholders) por otra que considera también a otros grupos de intereses (los stakeholders), promoviendo la cooperación duradera.

El interés creciente de muchas empresas por transmitir a su entorno que se sienten socialmente responsables, y la atención que se presta en múltiples foros a la responsabilidad social corporativa, son manifestaciones de esa ampliación de horizontes y objetivos. Pero la apuesta de Mercadona en esta dirección es muy relevante porque presenta resultados muy brillantes siguiendo ese camino, y porque pocas empresas privadas formulan expresamente esa filosofía y la proyectan con la fuerza que ella lo hace, gracias a su rapidísimo crecimiento.

Es importante advertir que también en la estrategia relacional el beneficio es condición necesaria para la supervivencia de la empresa, pero el fundamento del honor que hoy se concede a este emprendedor no es la cifra de beneficios, sino una concepción de la empresa de la que se derivan un conjunto mucho más amplio de aportaciones a la sociedad.

Para concretar lo que acabo de decir señalaré que si los resultados obtenidos por Mercadona son impresionantes, socialmente lo es mucho más su contribución a la renta o al empleo. Importan tanto las aportaciones directas como sus efectos de arrastre sobre el resto del tejido productivo con el que la empresa se relaciona, en las numerosísimas compañías agroalimentarias y de otros sectores que suministran sus aprovisionamientos. Unos pocos datos serán suficientes para perfilar la dimensión y los rasgos de esta empresa familiar que abre cada mañana las puertas de más de 1.060 supermercados con su marca, en los que trabajan directamente 59.000 trabajadores, todos fijos. Para aprovisionarse se relaciona con 2.000 proveedores y mantiene contratos por tiempo indefinido con más de un centenar de los mismos, los que denomina interproveedores. Esta organización, líder en España en el sector de supermercados, atiende las necesidades de alimentación, limpieza del hogar e higiene de 3,5 millones de familias, es decir, de cerca de diez millones de consumidores, con los que mantiene relaciones estables, como se desprende de la cifra anual media de ventas por hogar, que supera los 3.200 euros.

Cualquier empresa de estas dimensiones realiza, desde luego, aportaciones sociales destacadas. Pero Mercadona no sobresale sólo por poseer activos materiales sino por el activo inmaterial que representa el capital de confianza que se deriva de su modelo. Desde mi punto de vista, lo más admirable y más convincente es que está demostrando con hechos que es inteligente y rentable invertir en el activo que representan las relaciones estables de su organización con clientes, trabajadores y proveedores, y con la sociedad que le rodea. A la vista de los resultados, es razonable admitir que su planteamiento, del que existen más ejemplos entre empresas de naturaleza fundacional o cooperativa que entre las de propiedad privada, representa una opción competitiva que, lejos de debilitar la rentabilidad, puede hacer más sólida a una compañía y adaptarla mejor a las circunstancias actuales.

Esta visión de la empresa no está reñida con las teorías más brillantes sobre la función del empresario. Al contrario, las dos figuras más influyentes del siglo XX en este campo, Knight y Schumpeter, defienden que la contribución del emprendedor es, ante todo, conocimiento. Knight consideraba que el conocimiento esencial del empresario es su calidad de juicio para seleccionar y ejecutar proyectos rentables en situaciones arriesgadas. Schumpeter, en cambio, subrayó que lo que distingue al emprendedor es su capacidad de competir mediante la innovación en productos y procesos. Qué duda cabe que, cuando se considera la trayectoria de Juan Roig se aprecian esos rasgos que los mejores analistas del emprendedor consideran cruciales: calidad de juicio, atención a la innovación y a las nuevas oportunidades, tensión por la eficiencia, esfuerzo continuo. Pero, además, ha entendido que, en una economía avanzada, para gestionar las enormes cantidades de información y responder a las altas dosis de incertidumbre derivadas del cambio continuo en el que vivimos, integrar distintos intereses y generar confianza puede también añadir valor.

En este mismo sentido, ya en el umbral del siglo XXI, el profesor Casson ha defendido que lo distingue a los emprendedores en la sociedad actual es su mayor capacidad de procesar y sintetizar información para adoptar decisiones; y de acertar más que otros, a pesar de que la información sea con frecuencia incompleta y, a veces, contradictoria. Así pues, un empresario es, ante todo, alguien que sabe usar la información disponible para identificar nuevas oportunidades de negocio, y que sabe aprovecharlas mediante una eficaz coordinación de recursos y dirección de personas.

Para tener éxito, el emprendedor necesita poseer una rara combinación de dotes que Keynes apreciaba en su maestro Alfred Marshall, de quién dijo que pertenecía a la vez a la tribu de los sabios y de los pastores. A la de los sabios, porque el empresario que descubre las mejores oportunidades demuestra una aguda inteligencia. Y a la de los pastores, porque las oportunidades no se materializan sin poseer la habilidad necesaria para asignar bien los recursos y, sobre todo, dirigir mejor a las personas.

En la interpretación de cómo y por qué desempeña el emprendedor esas tareas, con frecuencia se han simplificado en exceso las motivaciones y los aspectos que tiene en cuenta, presentándolo como un simple maximizador del beneficio a corto plazo. Por eso no todos los empresarios se reconocen en la imagen que predomina sobre los mismos, ni su papel es adecuadamente valorado por la sociedad.

Sin embargo, hay dos poderosas razones para que el empresario amplíe sus objetivos y se interese por su entorno: la primera es instrumental y la segunda más de fondo, pues el interés por los demás podría derivarse de que los valores y motivaciones del empresario no sean sólo utilitaristas y egoístas.

Según la razón instrumental, tener en cuenta el entorno puede ayudar a maximizar los beneficios, y el comportamiento cooperativo de un empresario una estrategia más inteligente, el reflejo de que comprende mejor las situaciones. Gracias a esa visión más amplia algunas personas descubren oportunidades donde otras no las aprecian, o triunfan en lo que otros fracasan. Esto puede suceder porque no tienen acceso a la misma información, pero también porque contemplan la realidad con otra perspectiva. En este sentido, las visiones más estrechas no son las más realistas y, en ocasiones, tampoco son las más rentables, por más que la versión egoísta del homo economicus nos lo sugiera.

Desde mi punto de vista, para comprender la trayectoria y la filosofía de Juan Roig hay tomar en consideración distintos elementos que han influido en su visión. Sin duda hay que considerar decisivas sus cualidades personales, pero también que éstas gestaron en una familia en la que abundan las vocaciones empresariales y que fueron modeladas por su formación universitaria y su manera de estar siempre inmerso en la sociedad. Esa amplia apertura al entorno se refleja en su modelo, en el que no sólo son importantes los canales formales de captación de información sino también los informales, constituidos por dos redes. La primera la forman las relaciones personales y duraderas con los clientes, gestionadas por una plantilla formada por trabajadores fijos y comprometidos con la empresa, que permanecen en las tiendas dando continuidad a la red de contactos con el entorno.

La segunda red la forman los vínculos que otros trabajadores y directivos desarrollan con los proveedores, con los que se construyen estructuras duraderas de cooperación.

Si gracias a esas redes Mercadona logra reducir la incertidumbre que acompaña a una actividad tan competida como la distribución comercial, en la que las presiones de los rivales son continuas y muy intensas, esas relaciones se convierten en un activo productivo. Por eso busca una relación estable con sus clientes basada en la calidad total mediante una oferta de productos adaptada a los deseos de calidad de la clientela, y que ésta perciba las ventajas de unos precios siempre bajos y estables.

Cuando ese objetivo se consigue, el consumidor se siente bien tratado, confía en el servicio de su proveedor y se fideliza. Juan Roig ha percibido que, para llevar a buen puerto esa estrategia, le resulta más positivo especializarse en lo que mejor conoce que diversificar su actividad hacia otros terrenos. También ha descubierto que necesita disfrutar de estabilidad en su entorno y extender sus labores como coordinador de recursos más allá de su empresa. Por eso reclama a los políticos una atmósfera de confianza y ha tejido relaciones estables con sus proveedores, firmando contratos indefinidos con más de un centenar de ellos. Les propone un horizonte de cooperación duradero cuyo objetivo es concentrar esfuerzos en el compromiso de ofrecer al cliente calidad y precios bajos, sin perder de vista la necesidad de innovar. Cooperar e innovar son las bases para responder eficientemente a los cambios continuos de la demanda en una sociedad más próspera y culta, que traslada a sus pautas de consumo valores como la responsabilidad social y medioambiental, o el disfrute de una vida saludable. Da la impresión de que Juan Roig ha descubierto una fórmula para mantener eficazmente vinculados a muchos de los elementos de los que dependen los resultados de su actividad. No los integra directa y jerárquicamente en su organización, pero tampoco renuncia a influir en ellos ni a promover la cooperación recíproca. Por esta razón, Mercadona constituye un exponente de cómo reforzar la posición en la cadena de valor basándose en invertir en capital social, un activo intangible hecho de confianza y que resulta productivo porque reduce los costes de transacción.

He dicho antes que la decisión de un empresario de impulsar a su empresa en esa dirección, además de ser una estrategia rentable, puede deberse también a motivaciones distintas de las del homo economicus utilitarista, como valorar las mejoras que logran otras personas de su entorno o contribuir al bienestar colectivo. Se que si me adentro en este territorio seré escuchado por muchos con escepticismo, porque la tradición de considerar el comportamiento económico estrictamente guiado por el propio interés es muy antigua y potente, y más si se trata de interpretar la conducta de un empresario. De hecho, los profesores de Economía apenas hablamos a nuestros alumnos de otro tipo de conductas. Sin embargo, quiero advertir que los desarrollos recientes la economía de la información, la economía experimental, la psicología económica, la ética, la sociología y la teoría de juegos, nos enseñan que la representación del comportamiento humano basada en el egoísmo a corto plazo es demasiado simple. Muchos trabajos de especialistas competentes insisten en que ese arquetipo de individuo no es el único racional, ni el más respaldado por una evidencia empírica cada vez más abundante. E indican que ignorar estos hechos -como hacen todavía la mayoría de los libros de texto de Economía- sesga la visión del mundo y de las personas en las que educamos a los estudiantes. Hay, por tanto, buenas razones para admitir que ciertas apuestas empresariales por generar confianza alrededor de una empresa y contribuir al capital social quizás no sean sólo un cálculo interesado.

Pueden responder al valor intrínseco atribuido por el emprendedor a otros fines: a las relaciones con los demás, a ciertos sentimientos morales, a la preocupación por el bien común o al deseo de contribuir al desarrollo de una economía civil, en la que importan las relaciones humanas y no sólo las mercancías.

Se me hace difícil pensar que no haya elementos de esta naturaleza en el fondo del comportamiento del nuevo doctor. Sólo es una conjetura, pues ni estoy en condiciones de contrastar esa hipótesis ni su discreción personal me ayuda a verificarla expresamente. Pero existen indicios en esa dirección en su trayectoria de los últimos años en los que, al intensificarse su proyección pública, se percibe con mayor nitidez su preocupación por defender las ventajas del clima de confianza recíproca en el que ha crecido su empresa. Gracias al creciente eco de sus intervenciones, he constatado que transmite esa visión reiteradamente: cuando define su posición ante el resto de empresarios valencianos o los titulares de empresas familiares de toda España; cuando habla a los economistas o a los emprendedores en formación en los centros universitarios; y también cuando se manifiesta ante los políticos como el líder empresarial que es.

Desde Maquiavelo sabemos que el líder lo es porque interpreta correctamente las aspiraciones de sus seguidores. El carisma que hoy posee Juan Roig se deriva de que, al alinear otros intereses con los de la propiedad de la empresa, asume los valores sociales de muchos ciudadanos que prefieren no tener que elegir entre ética y beneficio. Su liderazgo se refuerza por el éxito de su modelo y porque arriesga su dinero en él. Si no fuera así los elementos más novedosos de su visión serían considerados retóricos y, en efecto, algunos incrédulos todavía se preguntan dónde está el truco. Pero no se trata de trucos sino de activos intangibles, como la reputación, y Mercadona figura entre las empresas más respetadas por los ciudadanos de su entorno, según el análisis reciente de 600 compañías internacionales realizado por el Reputation Institute.

Debo ir concluyendo esta laudatio y lo haré tras regresar brevemente al periodo que pasé en la universidad con Juan Roig y Hortensia Herrero. En esos años se inició en España uno de los cambios claves para el progreso que nos ha conducido hasta el presente, que será todavía más decisivo en el futuro: el acceso a la formación superior de la mayoría de los futuros empresarios y directivos, de los profesionales que adoptan las decisiones estratégicas, tecnológicas y de gestión en unas empresas y organizaciones que, cada vez más, se basan en el conocimiento.

Lo que sucede durante la formación universitaria es, para bien o para mal, muy relevante. Los jóvenes llegan a la universidad a una edad en la que sus sueños sobre el futuro son tantos y tan grandes como corta su experiencia. Quizás por eso, sólo algunos de esos sueños llegan a convertirse en proyectos de vida. Los estudiantes de la promoción de 1968 habíamos sido invitados desde un muro de París a no andarnos por las ramas a la hora de formular deseos, por un grafitti que decía: "Sed razonables, pedid lo imposible". Aunque a algunos les parezca una frase disparatada de una primavera que debe ser olvidada, yo creo que era la expresión de alguien que percibía el agotamiento de una época y el alumbramiento de otra; y para nosotros, hacernos ver que estábamos en ese umbral fue un buen consejo. De hecho, las demandas más importantes de los estudiantes españoles de aquellos años, como vivir en libertad y ser ciudadanos de un país desarrollado y democrático, parecían utopías pero se han conseguido en las décadas posteriores. También disponer de una empresa como Mercadona pertenecía entonces a la categoría de los sueños: hubo de ser primero imaginada por joven emprendedor capaz de descubrir los signos de su tiempo, pero hoy es una realidad espléndida, que contribuye y refleja a la vez el progreso de nuestra sociedad.

Si alguien necesita pensar por su cuenta y percibir pronto en su entorno los cambios en los que se engendra el futuro es el emprendedor. Para ambas cosas, la formación universitaria debería ser de gran ayuda. A los estudiantes de principios de los setenta, la atmósfera de aquellos años, con carencias en tantas cosas pero muy estimulante en otras, nos habituó a mirar a la calle y a estar atentos a las consecuencias de un torbellino de cambios en el que se incubaban muchas de las mutaciones sociales y económicas que emergieron después. No sé si es la añoranza de la juventud, pero creo que fue la experiencia universitaria la que nos inoculó a muchos aquel lema con el que Kant definía el espíritu de la Ilustración, sapere aude, atrévete a pensar por ti mismo los problemas y a revisar los puntos de vista existentes sobre cualquier asunto. En efecto, sapere aude es uno de los enzimas que más eficazmente cataliza el conocimiento y el progreso. Hoy más que nunca, la universidad necesita transmitirlo y enseñar a practicarlo, por ser imprescindible para enfrentarse a lo largo de la vida al cambio continuo que, como dice Juan Roig, es una de las pocas realidades ciertas de nuestro tiempo.

En este país, la aceleración histórica del último tercio del siglo XX ha coincidido con un periodo de progreso social y económico sin precedentes. Me siento afortunado de haber vivido en unas décadas en las que hemos logrado corregir un rumbo que estuvo salpicado de fracasos, para avanzar de manera indiscutible en lo individual y lo colectivo. Ese cambio de rumbo ha sido posible por el predominio de las actitudes cooperativas en la sociedad española en muchos ámbitos. Hoy, 15 de junio, es un bien día para recordarlo, porque celebramos el treinta aniversario de las primeras elecciones democráticas. Y en este acto hay que subrayar también que muchas de esas experiencias de cooperación se han desarrollado en el seno y el entorno de miles de proyectos empresariales. El buen funcionamiento de nuestra economía ha sido, sobre todo en los últimos veinte años, un magnífico acumulador de capital social y confianza colectiva que debemos agradecer, en buena medida, a los más emprendedores.

Lo que distingue a Juan Roig y justifica este doctorado que la Universidad Polítécnica hoy le concede es la magnitud de su contribución a ese activo que es la confianza recíproca, una contribución hecha poniendo en pie una gran empresa que responde al modelo que defiende. Por eso, en mi opinión, hoy se le reconoce un mérito de la misma naturaleza que el de otros doctores: se premian ideas originales, contrastadas empíricamente con resultados excelentes. A diferencia de otras tesis doctorales, la suya no ha sido escrita en un volumen pero si grabada en la memoria de los clientes, empleados y proveedores de una empresa ciudadana que busca su legitimidad respondiendo a todos los grupos interesados en ella.

Finalizaré mi intervención felicitando, de nuevo, a la Universidad Politécnica y al nuevo doctor. A la Universidad por incorporar a su claustro de doctores a este gran emprendedor. A Juan Roig por recordarnos con su trayectoria la visión de la Economía preferida por Alfred Marshall, cuando decía en las primeras páginas de sus Principios: "Indudablemente, los hombres, incluso en nuestros días, son capaces de prestar un mayor número de servicios de modo desinteresado del que generalmente prestan. Y el fin supremo del economista será descubrir de qué forma esta cualidad social latente puede ser desarrollada más rápidamente y aprovechada inteligentemente." Ojalá cunda su ejemplo. Así pues, considerados y expuestos todos estos hechos, dignísimas autoridades y claustrales, solicito con toda consideración y encarecidamente ruego, que se otorgue y confiera al Sr. D. Juan Roig Alfonso el supremo grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia.

Muchas gracias


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